Leonard Cohen es un judío canadiense que compone canciones. Bueno, también escribió un par de novelas y un buen puñado de poemas. Pero, ateniéndonos al fin que nos ocupa, vamos a quedarnos con su faceta de cantautor. Entre sus poco más de diez discos de estudio, que, ciertamente, parece un número exiguo para una carrera que ha visitado cinco décadas, no es difícil hallar muestras de lo más distinguido de la música de la pasada centuria. Aunque no todo es excelso, ni muchísimo menos. Su álbum de debut, grabado en 1967 y con uno de los títulos más originales jamás ideados, está compuesto de algunas composiciones notables, tanto que, casi medio siglo después, continúan integrando los repertorios de sus cada vez menos frecuentes actuaciones en directo. La cara B de aquel disco comienza con una canción de despedida. En ella, el esquema de estrofa de cuatro versos seguido de estribillo se repite a lo largo de los cinco minutos y medio que dura la pieza. Y son, precisamente, esas dos líneas repetitivas, que la segunda vez que se escuchan ya van acompañadas de los potentes coros femeninos, las que resumen todo el texto. So long, Marianne. It´s time that we began/to laugh and cry, and cry and laugh about it all again. O, si usted, estimado lector, no es ducho en esa lengua más propia de herejes y de piratas que de seres humanos íntegros, sería algo así como: Hasta luego, Marianne. Es hora de que empecemos/a reírnos y a llorar, a llorar y a reírnos de todo, otra vez. Lo mejor, qué duda cabe, es que lo escuchen. En este enlace, por ejemplo. La cantidad de escenas evocadoras que se desgranan en el texto responde a una circunstancia muy sencilla: Cohen dice que se la escribió a la mujer más hermosa que conoció jamás. Literalmente. Y, para todos aquellos que un día nos tiramos de cabeza a ese espectáculo irracional llamado fútbol, y concretamente al equipo hegemónico de la ciudad de Sevilla, nuestra Marianne se llama Kanouté. No sean tímidos, prueben a cantarlo. Si es que hasta encaja perfectamente en la melodía del estribillo. Sigue leyendo
Archivo mensual: septiembre 2012
La importancia de tener cojones
El fútbol tiene estas cosas. Uno encaraba la semana casi rezando para que el sábado a las 22:00 horas pasase algo que evitara tener que ver el partido. Algún tipo de somnífero en la cerveza de la previa. O de alucinógeno, que el rato se echa mejor. Ahora nadie reconocerá que pensaba lo mismo, pero en esta humilde bitácora no sabemos engañar a nuestros lectores. Y es que el panorama no podía ser peor. Venía quien venía, sobre todo con los funestos precedentes de estos dos últimos años. En la prensa, por fin, se recogían algunos de los tejemanejes de la directiva. Aunque, la verdad sea dicha, el que lo escribió denota que ha oído campanas pero no sabe dónde. Y el conflicto que divide a la afición seguía latente. Un caldo de cultivo para que la estrella rival, triste o no, marcase algún que otro golito. Bueno, la estrella y hasta el que carga las espinilleras. Pero no, nada más lejos de la realidad. En ocasiones, cuanta menos confianza se tiene en algo, mejor acaba. A veces, y sólo a veces, nacen flores, hermosas y vigorosas, entre la basura. Sigue leyendo
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La semiótica de la revolución
PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Las únicas tres especies animales verdaderamente útiles para el ser humano son el perro, el toro de lidia y los gallos de pelea. El resto de criaturas que pueblan la Tierra no son más que un compendio de deformidades y errores de la naturaleza que no sirven para otra cosa más que el exterminio en aras de la alimentación humana y el holocausto sistemático del resto por simple sentido común. Entre las cimas del reino animal hay clases, como en todo. No es lo mismo la dehesa andaluza y extremeña que los chistes que se crían en Salamanca; ni podemos poner a la misma altura un perro de caza o de presa que una mierdecilla tipo “yorkshire”, más cerca de la rata que del lobo. Sin embargo, el factor que hace que el perro, en ocasiones, merezca el genocidio, no es ninguna de sus razas ni variantes, sino los dueños de los pobres bichos. No hay ser humano sobre la Tierra más insoportable y gilipollas que el amo de un perro. Dan el coñazo con fotos, cuentan anécdotas sobre el animalito que no interesan a nadie, los infantilizan y antropomorfizan con argumentos tan peregrinos como que tienen mirada de persona. Trotsky, enemigo de la clase trabajadora y traidor a la revolución, quería mucho a su perro, rasgo enfermizo a que dio fin con su ejemplar hazaña don Ramón Mercader, lo que le valió para sumarse a la plétora de grandes criminales catalanes que ha dado la historia, como Mateo Morral, Francisco Ferrer i Guardia o Sergio Busquets. A Hitler le ponía más su perra que las nalgas de Eva Braun. Por si no bastaran estos ejemplos, hace unos días vi un documental en televisión en el que aparecía una pobre deficiente mental cuyo perro, según ella, tenía una especie de sensibilidad artística porque colocaba los aproximadamente trescientos peluches que poseía en posturas que querían significar algo. En efecto, decía la buena señora que el perro a veces los colocaba en fila con las manos de cada muñeco interconectadas entre sí. Ilustrándolo con fotografías sobre las que no se preguntaban si podían estar manipuladas, los realizadores del programa, llevando a cabo su triste deber de engordar los índices de incultura y nulo pensamiento crítico de la inmensa mayoría de la población, no enfocaban el suceso como una consecuencia más de esta sociedad consumista, individualista e insolidaria en que vivimos, en la que un cuadrúpedo de mierda recibe más atenciones y cuidados que el 95% de la raza humana; muy al contrario, daban pábulo a las ridículas teorías de la oligofrénica esta. Sigue leyendo
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