PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Aquel viernes de junio previo a la entrega de las notas, mientras terminábamos nuestras tareas del día (Pregunta del libro “Corzo” de la editorial Anaya: ¿Hay montañas en tu localidad? ¿Cómo se llaman? Respuesta de este que está aquí: Sí. Monte Gurugú) entró en el aula un desconocido precedido del director. Un breve cambio de impresiones y la entrega de un abultado sobre a la señorita María Dolores nos sumió en el más respetuoso silencio. La señorita María Dolores nos pide que dejemos por un momento los deberes y atendamos. “Chavales, el Sevilla Fútbol Club, el equipo de vuestra amada ciudad, ha tenido a bien invitar a los escolares de este colegio público al encuentro que se celebrará en el Ramón Sánchez-Pizjuán entre los combinados adiestrados por don Roque Olsen, el Sevilla Fútbol Club, y don José Manuel Díaz Novoa, el Real Club Celta de Vigo, el próximo domingo 18 de junio de 1989 a las 20.15 de la tarde.” Era redicha como la madre que la parió, pero la queríamos igual. El señor que había traído el sobre con las entradas lo recoge de las manos de nuestra maestra y empieza a repartirlas. Cuando se marcharon él y el director, no lo dudé. Cogí mi entrada, fui caminando lentamente pero con determinación a la cátedra de aquella luz de la enseñanza y, en un tono de voz lo suficientemente alto para que me escuchara toda la clase, anuncié: -Señorita María Dolores, a mí esto no me hace falta. Yo soy socio del Sevilla desde vaya usted a saber cuándo. No necesito limosna. Los paniaguados estos que me rodean puede que sí, pero yo soy un tío con dos cojones que está allí cada domingo llueva, ventee o salga el sol. Porque, como dijo Quintiliano… “Muy bien, mi arma, muy bien. Dame la entrada y vuelve a tu sitio, anda, guapo”, me interrumpió la buena señora, que ya estaba curada de espanto.
Siempre, a la mínima oportunidad, en cualquier circunstancia, hay que ronear. Sacar pecho por cualquier pollada y mirar por encima del hombro a los demás. A pesar de que cuando llegué a mi casa y conté la hazaña mi propia madre me llamara mamahostias por haberle robado la ocasión de haber podido echar el dominguito con el viejo en el fútbol, que ya había que tener ganas, aquellos segundos en los que noté cómo mi gallarda conducta sembraba admiración y espanto entre mis compañeros, me supieron a rives cola de cinco de la mañana filosofando con un amigo del alma. Sigue leyendo