Si al menos nos plantasen cara en los duelos individuales, tendrían una tabla a la que agarrarse en medio del naufragio. Podrían pensar que vale, que el Sevilla es un grande de Europa y el Betis un ascensor, pero arrebatándonos alguna victoria puntual aún tendrían algo por lo que sacar pecho. Anecdótico y casi ridículo, pero algo, al fin y al cabo. Todavía podrían alimentarse de las sobras del banquete de nuestra gloria. Pues ni siquiera. Año tras año, se encuentran un plato vacío sin migajas que llevarse a la boca. Que el Granada venza al Sevilla no le convierte en superior, pero coño, al menos pueden volver a casa con una sonrisa invadiendo su rostro porque le han ganado a un grande. Las criaturitas no. Ahora mismo, el Betis no tiene más aliado que la geografía. Los escasos cuatro kilómetros que separan ambos estadios son lo único que salvaguarda la rivalidad, puesto que la distancia institucional y, sobre todo, deportiva, habría que medirla en años luz. Jamás lo leerán en los medios de comunicación, pero el derbi sevillano se ha convertido en el valenciano o en el barcelonés. Los verdiblancos ya celebran los empates como local, y el día en el que ganen un mísero partido, verán agotadas sus existencias todos los almacenes de petardos de la provincia. Sigue leyendo