Los cronistas dirán que todo comenzó en el Santiago Bernabéu, pero ese es un relato falso. A buen seguro, la falsedad es fruto del despiste y alejada del embuste y, bueno, tampoco podemos culparles. Todo comenzó en Lieja. Es decir, en uno de esos insignificantes duelos de la no menos insustancial liguilla de grupos de la Uefa. Esa fase que apenas perdura en la memoria: ni es lo suficientemente extravagante como las rondas previas ni deja cicatrices que lucir con orgullo de campeón como las eliminatorias. De la fase de grupos uefera sólo importa una cosa: superarla. Y, para lograrlo, el Sevilla tuvo que pasear el sello de vigente vencedor de la competición por lugares como Lieja. Allí, en octubre de 2014, el conjunto que revalidaría el título meses después se enfrentó al Standard. Empate a cero. El partido se puede calificar como anodino, porque ahora nos hemos vuelto finos y decir que fue una puta mierda estaría, qué duda cabe, fuera de lugar. No obstante, el fútbol es tan caprichoso como un certamen de cortometrajistas jóvenes, y entre la mediocridad a veces encuentras una pepita de oro. Sí, probablemente se minusvalore por el conjunto que lo lastra, pero oro al fin y al cabo. Por eso decimos que este relato comenzó en tierras belgas. Allí fue donde Vicente Iborra jugó por primera vez de delantero.
Archivo mensual: abril 2016
El delantero Iborra
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La vieja del 12
PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Faltaban seis paradas para llegar a María Auxiliadora, así que me dispuse a levantarme de mi asiento. No me fío de los autobuseros. Mucho menos, de los de la línea 12. Han nacido para engañarme, para fingir abnegación en los atascos de las siete de la mañana y para correr que se las pelan al mando de las líneas nocturnas cuando le comes la boca a tu chati a tus tristes 17 años y ni a ti ni a ella os importaría que diera un rodeo por Huelva. Una de estas personas que, en su demencia y odio hacia mí, piensan que cuando subo a un autobús le doy las buenas tardes a la máquina validadora de títulos de viaje, me escamoteó la verdad de su recorrido el viernes de feria del año pasado. Pregunté, claramente, que si el 12 iba ya a esas horas al Prado. Dijo que sí. Al ver que el autobús giraba a la derecha en la Puerta Osario, caminé hacia la cabecera del autobús. Sólo me acuerdo de la última frase que le dirigí: porque, usted, no querría engañarme, ¿verdad? ¿Qué ganaría con eso? ¿Qué? Explíquese, por favor. Inmediatamente, me abrió la puerta del autobús en mitad del tráfico de la intersección con Gonzalo Bilbao y me dejó marchar, a mí y a mi tembleque de párpados y labio superior. Con estos precedentes, dejé libre mi asiento con la antelación detallada arriba. Pedí con excelentes modos a la vieja que ocupaba el asiento de pasillo que me dejara pasar. No se levantó, sólo giró su trasero, encogió sus brazos sobre su pecho y miró por la ventana. Le di con la cadera en el hombro y con el codo en la cabeza. Puede que fuera queriendo, no lo sé. Da igual, iba a quedarse con la hostia dada de todas maneras. Ya en la Ronda de Capuchinos, me quedé mirando a la vieja. Esa vieja me deseaba el mal. Aunque, ahora, la veía de otro modo. Su mirada errática, sus gestos nerviosos con las manos, su manía de aferrarse el bolso contra su vientre, denotaban un nerviosismo extremo. La vieja, segundos antes mi enemigo mortal, era uno de los nuestros. Esa vieja iba, como yo, al Ramón Sánchez-Pizjuán a ver el Sevilla-Mirandés del 21 de enero de 2016. Era un espejo, femenino y decrépito, de mi alma. Una hermana en el infortunio. A la altura del monumento a San Juan Bosco, Praeit ac tuetur, nos precede y nos defiende, posé mi mano derecha en su hombro, y le dije: “señora, tranquilidad. Comprendo su zozobra en esta hora negra de su vida. Aquí no se sabe qué es peor, que te toque un mojón de contrario en Copa o que te toque un grande. Porque este equipo es un hijo de puta. Sí, un hijo de puta, no me mire así. Usted recordará, seguro, los papelones contra Algeciras, Sabadell, Castellón y, cómo no, Isla Cristina en Copa. O lo del Racing de hace dos años, me cago en Unai. Esto es como tener un hijo toxicómano. No hace una a derechas, pero, ¿lo vas a dejar de querer? Después te hace un dibujito en el Proyecto Hombre y uno es la más feliz y orgullosa de las madres. Señora, fuera penas. Repórtese, coño. Que ganamos. Ya le digo yo que ganamos. Que es el Mirandés, no el Borussia Mönchengladbach. Tenga un kleenex. Deje esos gimoteos que nada van a solucionar. Recuerde siempre: vencimos y venceremos. Somos católicos, apostólicos y romanos y marianos y sevillanos. Tenemos fe en Dios. Sabemos que debemos pasar este baño de sangre, pero el Sagrado Corazón de Jesús nos ayudará”. Me cabreó un poco que la vieja no se bajara en mi parada y siguiera hasta Ponce de León. Sería una vaga de esas que hacen transbordo y cogen el 24 en la terminal, para asegurarse un asiento. Bueno, ella vería. Total, tiempo tenía, que quedaban cinco horas para el partido. Sigue leyendo
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