Hay versos, probablemente los mejores, que se explican solos. Que a cualquiera emocionan y que cualquiera entiende, porque los convierte en suyos. Es decir, que traspasan el papel o la voz y se instalan para siempre en un misterioso recoveco del cerebro. Ahí se atrincheran, aparentemente en calma, dispuestos a atacar en algún momento de nuestras vidas, generalmente cuando andamos con las defensas bajas. En mi caso, de forma casi indefectible, suelen aflorar con el fútbol. Y el mejor ejemplo es el inicio de una canción que conocí de la boca de una bonaerense obesa, con la cara como una sandía, que vestía con mantas de un tamaño que permitiría a seis esquimales pasar calor en invierno, y que el resto del mundo reconocerá por el nombre de Mercedes Sosa. De la guitarra sale un arpegio, y la gorda se pone a cantar. Sigue leyendo
Archivo mensual: mayo 2016
El viejo y las finales
PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Tirarte una década paseando por Europa con la polla fuera debe traer consecuencias. Pantalones por las rodillas, piernas abiertas evitando que bajen hasta los tobillos y un contoneo de caderas juguetón para que, simultáneamente, el nabo se bambolee mientras sonríes a los paisanos. Ir así por la vida no puede acabar bien. Cuando en el cole algún compañero que debía estar en un centro de educación especial practicaba esta suerte en el recreo, yo no era de los que gritaban entre carcajadas IRA EN·NOTA!!!; mi particular configuración emocional me hacía pensar, verás la hostia que se va a llevar. Esta situación ya me desespera. Es una tensión constante a cada gol de un equipo contrario. La actuación de Beto en San Petersburgo, lo rápido que nos remontaron la semana pasada en Lviv, fueron promesas incumplidas de descanso. Parar un poco, coño. Pues no. Llega Vitolo. Gameiro. La maricona de Palop en Donetsk. Ni siquiera grito el gol. Sólo pienso: otra vez. Sigue leyendo
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Breve y descarnado elogio a unas semifinales
La vida, para qué andarnos con rodeos, es una concatenación de derrotas hasta la inconmovible derrota final. De la propia actitud del individuo depende cuántos pequeños triunfos sea capaz de descubrir, disfrutar o imaginar. Con suerte, logrará irse a la cama un buen puñado de noches con la convicción de que el día ha sido satisfactorio. O de que, al menos, los triunfos puntuales compensaron todo lo que se perdió. Lo habitual no es sentirte realizado profesionalmente, que te corresponda la persona a la que realmente amas, que te estremezca una película o una novela, que tu equipo de fútbol gane partidos determinantes. Que tus deseos más profundos se hagan realidad. No. Lo habitual es lo otro. Por eso quedan grabados con tanta fuerza los momentos efímeros en los que la victoria decide sentarse a nuestra vera.
Así, por más que el Sevilla Fútbol Club dispute este jueves su quinta semifinal europea, nadie en su sano juicio deja de valorarla como se merece. Por más que sea la tercera consecutiva. Claro que son muchas. Son muchísimas, pero el hueco por llenar es tan grande que nunca serán suficientes. Al final, el hombre es lo que recuerda, por eso necesitamos tantos días satisfactorios como sean posibles. Nuestros anhelos melancólicos se nutrirán de combates como los del Shakhtar. Vale que las finales y los títulos alzados acaparen álbumes y recortes de prensa. Es lógico que así sea, ya que nada hay más fotogénico que la llegada a meta. Pero las sensaciones más profundas aparecen durante el camino. Porque es durante el recorrido cuando crece la ilusión de que lo insólito se torne verdadero. Estos partidos significan que pudiste llegar a lo más alto, que estuvo en tu mano, que luchaste. En definitiva, que viviste. Y eso es lo que se echa de menos cuando no queda una migaja positiva que llevarte a la boca: la posibilidad. Unas semifinales es todo lo que una persona cuerda puede desear para su vida. Cruzar la meta el primero, la excelencia, es una cosa de locos.
Por tanto, dejar de sufrir, apretar, cantar, reír, llorar y estar histérico por unas semifinales representaría un pecado tan descomunal que ni el más valiente se atreve a cometerlo. Nadie tiene las agallas suficientes como para desafiar a lo extraordinario. Así que disfrutamos de las bolitas en los sorteos, de las previas, de los cánticos, de los tifos de Biris Norte. De cada detalle que rodea a estos partidos. Porque luego llegarán los trabajos de mierda, los besos que no te han dado, las películas anodinas y, por supuesto, las derrotas de tu equipo. Claro que llegarán. Pero al menos, hasta que otro fascinante jueves de primavera llegue a su fin, los sevillistas habremos conseguido esquivarlas. Y esa victoria ya no nos la puede quitar nadie.
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