La coña del fútbol no se detiene en Anfield

Si el fútbol es una coña constante, un partido en uno de sus templos a nivel mundial tiene que reforzar el argumento y serlo de principio a fin. Para qué perder el tiempo elucubrando sobre el espectáculo visto. No le den más vueltas, no tiene sentido; si lo lógico fuese inherente a este deporte iba a verlo un guardia. Por eso, un equipo que, en condiciones normales, habría salido goleado del estadio del Liverpool, ha terminado empatando y no ha vencido de milagro.

Recojamos algunos de los extraordinarios sucesos que han tenido lugar en Anfield, empezando, casi de soslayo por aquello de no profundizar en lo obvio, con que el Liverpool ha desaprovechado su superioridad por no convertirla en goles. Pero, puestos a realizar una recopilación rápida, sin orden ni concierto ni explicación, encontramos que al entrenador que va perdiendo lo expulsan por perder tiempo despejando balones. Y que toma el mando su segundo, un tipo que, como mínimo, parece un niño grande que se ha perdido en un centro comercial. También es curioso que un equipo pase menos apuros cuando su pivote defensivo es sustituido por un mediapunta. Un árbitro majadero, que sólo él sabe por qué no pita la falta a N’Zonzi en el segundo gol, y que en el segundo tiempo da un recital de malas decisiones para ambos bandos, obviando claras amonestaciones. Y no podemos olvidarnos de todo un capitán del Sevilla que se cree inmune por unos segundos, como Mario Bros después de pillar la estrella, y primero golpea el balón con la mano dentro del área sin disimulo alguno, para luego agarrar al rival como si le debiera dinero hasta que, indefectiblemente, le pitan penalti. Y encima esa pena máxima, estando Sergio Rico bajo palos, no acaba en gol. Es un gran portero, pero no desde los once metros.

Pero ahí no quedan los sucesos insólitos. En la realización televisiva, con 2-2 en el marcador real, decidieron rotular un 2-5. O un jugador que hace 89 minutos infames pero construye la jugada del primer gol y marca el segundo. Bueno, mejor detengámonos en Correa. El muchacho se desenvuelve por el campo como si fuese un crack en la etapa final de su carrera, pero lo malo es que la suya está empezando y a ese ritmo se queda en promesa. O espabila, va a todos los balones como si fueran el último y mejora su capacidad de elección, o mal vamos. El primero, él.

Otro cosa tela de rara es que un tío tan malo como Lovren juegue en el Liverpool. O que Alberto Moreno, si de verdad está a este nivel, se pasara el año anterior jugando poco más que yo. Y no por habitual, no deja de ser extraño que N’Zonzi rinda mejor solo que con hombrecillos a su vera que le molesten (inciso: sesudos analistas, quizás ya vale con lo de que juega mal porque no ha podido irse en verano). Todas estas anomalías, y algunas más que nos dejamos en el tintero, han desembocado en la mayor de todas: que nos dignemos a escribir después de un partido.

Un choque, por cierto, que venía perfecto para empezar. Es evidente que el equipo se está haciendo, y quitarse este duro compromiso del medio a las primeras de cambio venía bien. Algo así como la Juventus el año pasado. Si encima, gracias a apariciones marianas varias, no es que pierdas por poco margen pensando en el liderato de grupo, sino que vas y puntúas, mejor que mejor. Al final, sí, Muriel (la de cosas buenas que se le ven a este hombre) tiene el gol tanto en su remate como en el pase a Sarabia. Pero, seamos serios por un momento, salir de allí ganando ya hubiera sido, como canta Nacho Vegas, la gran broma final.