Vaya por delante una pequeña advertencia dirigida al lector asiduo de esta bitácora: salvo contadísimas excepciones, en este antro cibernético tendemos a contar, a nuestra peculiar manera, las penurias y los éxitos del Sevilla Fútbol Club. Pues bien, en el siguiente artículo no hallarán nada de eso. Si acaso, un par de referencias y algún parangón entre aficiones, todo motivado por puro chovinismo. Así, sabiendo de dónde partimos, los que estimen que su tiempo no debe ser malgastado en tamañas pamplinas y prefieran el calor de una buena información narrada en clave sevillista, ya saben dónde está la equis para salir de aquí. Webs que mienten y manipulan las horas de publicación de los artículos para aparentar que han dado una primicia, blogs redactados por tipos que suspendían hasta Refuerzo de Lengua o revistas, por llamarlo de algún modo, que hacen todo lo anterior y mucho más, y encima disfrutan de un pase de prensa. Y luego están los medios oficiales. No me negarán que la alternativa no es de calidad. En cambio, a aquellos visitantes que decidan quedarse, qué vamos a deciros. Que ánimo y fuerza, que si no nos apoyamos los tarados entre nosotros, a ver quién va a estar dispuesto a hacerlo.
Entremos en materia. Florencia es una ciudad bastante apañada, por no profundizar mucho. El Duomo con su cúpula de Brunelleschi, el Ponte Vecchio, museos como los Uffizi y la Galería de la Academia, la Piazza della Signoria y el Palazzo Vecchio, la Santa Croce y todo lo demás, ya saben. Y si no, viajen, cojan un libro o cometan alguna insania similar. Todo muy bonito, con cultura, historia y arte rebosando en cada esquina, capaz de dejar a alguno que otro patidifuso. Y en cuanto uno se hace al ajetreo diario y a las distancias, que ciertamente no son demasiado elevadas, resulta un lugar cómodo para vivir. Pero que no le engañen, porque Florencia esconde un secreto. En las guías te hablan de los Medici, de Dante, de Leonardo da Vinci, de Maquiavelo, pero pasan por alto un detalle de capital importancia. Servidor ya iba avisado por el corresponsal de esta casa en Santiponce, que una noche comentó algo que se constata al poco de pisar estas tierras; hace frío para todos sus muertos. Pero no frío de coge la rebequita o se te pone la piel de gallina, no. Más bien del de me falta meterme un calentador por el culo y aún así tirito. Por tanto, la vida fiorentina está altamente condicionada por el factor climático. Por eso y porque ya desde las 17.30 horas el cielo está más oscuro que el ano de Kondogbia, las calles, da igual lo céntricas que sean, presentan un aspecto desértico tarde sí y tarde también, si acaso interrumpido por grupos de adolescentes extranjeros alcoholizados o , en su defecto, camino de estarlo. Americanos, erasmus, algún asiático despidiéndose de su pubertad. Gente sana, en definitiva.
Stendhal, o cómo ser novelero ya en el siglo XIX. Que alguien le busque algún antepasado sevillano.