NOTA DE LA REDACCIÓN: Este artículo se escribió días antes del último Sevilla Fútbol Club-F.C. Barcelona. Aunque pueda parecer lo contrario, las menguadas luces del autor no pretendían justificar aquel atropello, sino que se puso a aporrear teclas sin orden, plan ni propósito alguno como es habitual en él (y como quedará claro al que tenga el valor suficiente para tragarse este catálogo de incoherencias), le salió esto y, una vez terminado, Mateu Lahoz perpetró su villanía con posterioridad.
PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE “Nunca salgas de casa sin ella”. Este sabio consejo, una puta frase hecha en referencia a la suerte, la potra, la pura chorra, me lo dio el oldface en el fondo sur del Santiago Bernabéu la tarde del 3 de febrero de 1991. Llevaban transcurridos pocos minutos del Real Madrid-Sevilla de la temporada 1990/91 cuando José Miguel González Martín del Campo penetra en el área y coloca un certero disparo en la escuadra izquierda del marco defendido por Juan Carlos Unzué, hermano de Eusebio, el cual ese año llevaría a Miguel Induráin a ganar su primer Tour de Francia. El meta navarro hace una excepcional parada enviando el esférico a córner. Con toda la parroquia madridista echándose las manos a la cabeza, mi santo padre me dijo la certera sentencia que encabeza estas líneas. De aquel viaje sólo recuerdo una portada de “El Jueves” que vi en una venta de la entonces N-IV, magnífica vía radial por la que se llegaba desde Sevilla en ocho horitas de nada a la capital de las Españas, en la que se hacía mofa de que ya hubiera prisioneros americanos en la guerra del Golfo, y aquella frase. Se podía haber metido la sabiduría popular por el culo. Porque, si usted no ha caído en la cuenta de qué partido hablamos, aquel 3 de febrero fue el día del 7-0. Qué partidito dieron entre el actual entrenador sevillista y Rafael Gordillo Vázquez, “el vendaval del Polígono” nacido en Almendralejo. Sevillanía pura verdiblanca, ya saben; este de Almendralejo, Del Sol de Soria; pero todos sevillanos porque ellos lo valen. En fin; criaturitas, mundos paralelos y partidas de nacimiento ficticias aparte, decíamos que allí estaba su seguro servidor y, entonces, protocorresponsal santiponcero en el Santiago Bernabéu. Qué repaso nos dieron. Y qué cosa más hija de puta de equipo, que parecía que les debíamos dinero. Yo estuve a punto de gritar gol cuando pitó el final del partido don Joaquín Urío Velázquez, colegiado guipuzcoano que dos años y medio más tarde le regalaría el título de campeón de la Copa de S.M. el Rey al Real Madrid Club de Fútbol en el entonces Luis Casanova ante el Real Zaragoza, ignorando penaltis a los aragoneses y haciendo la vista gorda ante los hachazos de Villarroya, Nando, Sanchís o Hierro, angelito este último que ahí sigue, sin condenar la violencia, pedir perdón a las víctimas ni entregar las armas. Cuánta mierda he tragado, Dios santo. Sólo me falta el 8-1 en La Romareda de la 87/88 para tener el paquete completo de desgracias y humillaciones imborrables en nuestra historia. Sigue leyendo