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La sonrisa merecida

Caí en la cuenta cuando lo vi saltar al campo aquel viernes, tan cercano aún en el calendario y tan lejano en todo lo demás. Las gesticulaciones, la sonrisa nerviosa, la ilusión de un chaval. Nada parecía haber cambiado, que trece años no es nada y que, febril, la mirada, te busca y te nombra. Pero fue ahí cuando me percaté. Y es que hay símbolos tan asimilados por el colectivo que cuesta recordar el momento en el que aún no existían. Da igual que sean relativamente recientes, como la maravilla que parió la guitarra de Javier Labandón. En los instantes previos al partido contra la Real Sociedad apareció una figura que obligaba a rebobinar la película. Caparrós, don Joaquín Caparrós Camino, jamás había escuchado el himno del centenario desde el banquillo local del Sánchez-Pizjuán. Volví a echar cuentas, no tenía sentido. ¿Cómo carajo era aquello posible? ¿Qué clase de tropelía se había estado cometiendo ante nuestros ojos? Sólo por corregir esa injusticia histórica ya encontraba razón de ser esta efímera segunda etapa de Caparrós como entrenador del Sevilla.  Sigue leyendo

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¡Viva la muerte! (y II)

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE (Viene de aquí) En lo que quedaba de temporada Caparrós sabía lo que tocaba. Hacer un Jenofonte. Ya no éramos el “tapado” de la categoría sino el rival a batir. Todos iban a ir contra nosotros, en especial el Atlético de Madrid, que no terminaba de arrancar y que, con la prensa mesetaria a su servicio, nos torpedearía todo lo posible. Había que volver a casa haciendo de la unidad, el trabajo, la capacidad de sufrimiento y la disciplina la única bandera. Todos los efectivos debían estar implicados al 100%, si había alguna baja, y da escalofríos repasar la temporada y comprobar la cantidad de ausencias que había cada jornada especialmente por sanciones, el que saliera debía hacerlo igual o mejor que el ausente. No importaba que se contara con jugadores jóvenes con nula experiencia a máximo nivel, de eso ya se ocupaba Caparrós. Como dijo el ateniense de los cojones en Persia, y Caparrós le diría a sus pupilos en la concentración navideña en Isla Canela, “la salvación está sólo en la victoria”. A esas alturas de año, yo empecé a llevar al perro al parque sin necesidad de tomar nada. Sigue leyendo

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¡Viva la muerte! (I)

Nota de la redacción: Continuamos con las aventuras de don Joaquín Caparrós. Esta segunda entrega, debido a la insania desenfrenada de nuestro corresponsal, es demasiado extensa para ser publicada de una vez. Por tanto, la dividimos en dos partes. Esperemos que no se nos líen.

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE (Viene de la primera parte) Siempre quise morir así. Diez de agosto, día de San Lorenzo, un pueblecito de Extremadura o Castilla La Vieja. Un toro de la ganadería del Duque de Veragua, cárdeno claro, bragao, meano y bocinero, 578 kilos, de nombre “Navajazos”, tras haber recibido ocho picas y cobrado la vida de cinco caballos, en la suerte suprema, entrando a matar al volapié me engancha la pierna derecha con su pitón izquierdo para, mientras yo le doy muerte con una certera estocada, él dármela a mí destrozándome con su embestida la arteria femoral. En la plaza no hay enfermería y el pueblo es de esos donde las inyecciones las pone el barbero. Trasladado al casino, soy acomodado en una mesa de billar en la que el cirujano-barbero hace lo que humanamente está en su mano. Con una inclinación de ojos da a entender a mi apoderado que no hay nada que rascar. Me mira, entiendo la situación y hago llamar a la cuadrilla, que espera en la sala vecina. Entran todos cabizbajos mientras doy las últimas disposiciones a mi mozo de espadas. Mi casa de la calle Monsalves, para mi santa madre. El cortijo que tengo a las afueras de Sevilla, cerca del camino de Córdoba, en una zona de huertas feraces, llamada, por mal nombre, de Pino Montano, para mi señora. Y para mi quería, el monto íntegro de mis diez últimos contratos. A ver si ese dinero puede servir para que no vuelva a la mala vida en la que la encontré. Con el semblante ceniciento del sudario que ya me aguarda, principio a despedirme de mis hombres. El último es Manolito, el picaor, mariconcito él y hombre cabal de arriba a abajo, que no puede reprimir dos lágrimas como dos cocos que le caen por sus carrillos de buen comer. Con Dios, Manuel. Siempre nos quedará la botella de anís del Mono en aquella fonda de Navalmoral de la Mata, de lo que ya quedas tú solo como mudo testigo. Entonces el mozo de espadas, siempre serio, con su traje negro y su camisa blanca abierta sobre el pecho dejando ver cadenas y relicarios dorados, dirigiendo al cielo raso su rostro cetrino surcado de cicatrices de novillero sin suerte, me coge la mano, siento en la espalda el frío de mil amaneceres de enero, y acabo susurrándole al oído, como últimas palabras, “qué disgusto más grande se va a llevar mi madre cuando se entere”.

¿Hay final más grande para un tío, me cago en Dios? Pues en lugar de eso nací ochenta años tarde en un mundo de abstemios, no fumadores, ecologistas y maricones, y aquí me tienen. Escribiendo barrabasadas y destinado a una muerte vulgar y corriente. Al menos espero que sea violenta. Prefiero morir gratis y al aire libre; no entre cuatro paredes torturado por médicos, especialistas y parientes pidiendo a gritos el derecho a la eutanasia en vista del facturón que se les viene encima. Llevo dándole vueltas a la mejor y más honorable manera de palmar desde los cuatro años, lo que no implica que esté loco. Al contrario, tarados son los que se emperran en darle tan mala prensa a la muerte, cuando es la que de verdad le confiere alegría a todo el asunto. Es como la regla del fuera de juego; a priori, una putada, pero sin ella el fútbol sería una estupidez. Joseph Cartaphilus lo dijo en su manuscrito; un inmortal acaba pasando de todo, pues sabe que en un plazo infinito tiene que ocurrirle, necesariamente, todo. Un mojón de existencia, no me jodan. El hombre, además, es la única criatura consciente de su final. Esto lo convierte en el ser más ruin, abyecto, cruel, cobarde y miserable de la creación. Sin embargo, en naturalezas sublimes que se alzan desde el fango del que proviene lo humano para alcanzar la excelencia, la certeza de un fin próximo representa el acicate para mostrar todo lo elevado a que puede aspirar un hombre. La muerte del Sevilla era una posibilidad muy cercana en septiembre de 2000. A nuestro lado teníamos al héroe homérico que nos sacaría de la más puritita mierda: don Joaquín Caparrós Camino.

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El constructor de la gloria

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Ser del Sur está muy mal visto en todas partes. Que si no nos lavamos, que si no sabemos hablar, que si somos incultos, vagos y atrasados, que si perdemos todas, todas, pero es que todas las guerras. En las dos últimas hay que reconocer que tenían toda la razón los del Norte, tampoco seamos chovinistas de brújula. Por cierto, un inciso. Con el objetivo de poner una pica más en nuestra expansión imparable, PEX desea anunciarles que lanzamos al mercado editorial esta magna obra, editada en Pyongyang en 1976, que hemos estado pasando a word por la cara durante el mes pasado y poner así nuestro granito de arena para el triunfo de la ideología Juche. ¿Cómo adquirir este volumen imprescindible? Muy sencillo, nos envían un email a conkimilsungviviamosmejor@pexedichions.com y por el módico precio de 25 euros les remitiremos un pdf con el libro a su dirección de correo electrónico para que puedan leer y comprender las penosas condiciones de vida a que se enfrentan los trabajadores coreanos que tuvieron la mala suerte de encontrarse al sur del paralelo 38 en 1953. En espera de la masiva respuesta de nuestra fiel parroquia ante esta oferta, sigamos. Decían en Trainspotting (el libro) y en The Commitments (la película) que los irlandeses son los negros de Europa. Nada que objetar. Pero menos quejarse porque si es jodido ser irlandés, nacer en, según las palabras de W. H. Auden, poeta inglés y pederasta, valga la redundancia, “este trozo arrebatado a la ardiente África y soldado crudamente a la industriosa Europa”, ¿qué es? ¿Vivir en Disneylandia? Si además tienes la desgracia de haber venido al mundo al sur de Sierra Morena, la cagaste. Con un futuro más incierto en nuestra tierra que el de un padre carmelita en Barcelona en 1936, tenemos que aguantar que nos insulten, nos ninguneen y, lo peor de todo, imiten nuestro acento a la mínima que pasamos de Despeñaperros. ¿Te imito yo a ti, que parece que hablas con la boca llena de sopa, hijo de puta? Aquí hablamos un español evolucionado. Hay demasiadas consonantes en este idioma, así que las quitamos y el mensaje no sufre merma alguna. Eso sin mencionar que, gramaticalmente, nos follamos a la  península entera. A ver si nos enteramos de una vez, amigo septentrional que nos lees: decir “dala dos besos” es el mal. La ETA. Dale, hostias, dale. Objeto indirecto. Das los besos, no das la persona. Pero es que con el leísmo es todavía peor. Les juro que yo he escuchado alguna vez “es que cuando me pusieron el wifi, el que vino a instalármele”. Tal cual. Y como ellos son los que hacen los diccionarios y reforman la gramática, ahora todo es leísmo aceptado y normalizado. Le mataron, le enterraron, le follaron. ¿Le mataron a quién, a su madre, a su vecina, un nervio para practicarle una endodoncia? Unos mierdas que se están cargando el idioma nos dicen a nosotros que no sabemos hablar. Demencial. Otro gran éxito es aquello de que no trabajamos. En el verano de 2003, en la ola de calor más impresionante que hayamos vivido, los sindicatos alemanes consiguieron que se recortara la jornada laboral porque a unos abrasadores 35º a la sombra es imposible currar. Treinta y cinco grados, lo que aquí hace en abril como te descuides. Dile al jefe que no vas al trabajo porque en la calle hace 52º, a ver dónde te manda. Para rematar, donde lo dan todo y consiguen ponérmela dura es cuando nos usan de chivos expiatorios de sus políticas absurdas. Aquí ya se unen al linchamiento el resto de andaluces y pagamos el pato, tengamos culpa o no, los sevillanos, los negros del Magreb. O negros-judíos-moros-gitanos, todo junto. ¿Que en Cataluña la educación es un desastre? En Sevilla no se les entiende, a mí que me registren. Que el alcalde de Málaga tiene una huelga de servicios de limpieza; la culpa es de Sevilla, que se lo lleva todo. Que una señora mata a vergajazos a su marido en Jaén en la época del verdeo; malditos sevillanos que están siempre comiendo aceitunas en el bar y nos llevan a esta deshumanización. ¿Ustedes se imaginan al Zoido justificar nuestro chiste de metro porque en Cádiz se llevan subvención los carnavales? Y a mí qué me cuentas, trabaja que para eso te pagamos, maricona. Respuesta tan sensata parece que es imposible que la procese ningún español nacido al sur de Lebrija y al norte de El Real de la Jara. Seremos negros-judíos-moros-gitanos, mas somos sabios. O al menos, indolentes. En las buenas, aprovechamos nuestras cuatro cositas y pasamos el rato como podemos sin meternos con nadie. Cuando vienen vacas flacas, sacamos lo mejor de nosotros y, como son muchos años de estar comidos de piojos y mierda, hacemos de la necesidad virtud. Tomen un libro de recetas de tapas sevillanas, si no me creen. Nuestros platos más suculentos parece que se fraguaron en una tarde en la que no había nada que llevarse a la boca y uno dijo, bien, antes que morirnos de hambre, lo que sea: tú, llégate a la huerta y arrambla con todo lo que encuentres, ya sea tomates, pepinos, pimientos o ajos. Lo mezclamos todo y lo aliñamos y a ver qué sale. Tú, ve al pinar aquel y si puedes cazar alguna paloma, bien, y si no hay más cojones que conformarse con gorriones o lo que sea, te los traes igual. A los niños los voy a mandar al secarral ese de allí y que cojan caracoles, bichos repugnantes donde los haya, pero más cornás da el hambre. Y yo que tengo estudios y una caña de pescar me acerco al río a ver si pica algún barbo. Que no saben a nada, pero echándoles vinagre y pimentón se les puede sacar el jugo. Así, camaradas, inventamos nada menos que el gazpacho, los pajaritos fritos, los caracoles y los barbos en adobo. Cimas indiscutibles de la gastronomía universal. Chúpate esa, Berasategui. El cocinero, no el tenista aquel que tenía un drive extrañísimo. Y sin nitrógeno líquido. Engañabobos.

Cooperación y hermandad tan idílicas no se dan casi nunca, vamos a admitirlo, que esto es PEX, no una bitácora regionalista. La mayoría del tiempo somos una pandilla de indeseables, vagos y parásitos que no valemos ni el trabajo de mirarnos. Si hay tanta gente que no nos puede ver, por algo será. No vamos a ser nosotros los únicos buenos y el resto del mundo una pandilla de cabrones. Para que nos pongamos todos a una tenemos que vernos con el agua al cuello, sin más salida que tirar hacia adelante o pegarnos un tiro en la polla. Tal y como se encontraba el Sevilla Fútbol Club en el año 2000. Colista destacado y con el descenso más que asumido, con una plantilla descompensada y desmotivada, más una deuda que había obligado al club a emitir cédulas hipotecarias con la idea de recaudar unos 3.000 millones de pesetas que evitaran la venta del Ramón Sánchez-Pizjuán y nuestra marcha al Olímpico sito en el glorioso municipio de Santiponce, desde la cúpula del club se empieza a planificar la nueva temporada a mediados del mes de abril. En un alarde de coherencia organizativa inaudito en este club, se empieza por el principio: contratar al que será el máximo responsable de lo deportivo en el curso 2000/01. Se barajan varios nombres: Sergio Kresic, entrenador de Las Palmas; Gregorio Manzano, del Valladolid; Lucas Alcaraz, entonces director técnico del Dos Hermanas; Joaquín Caparrós, sin equipo desde septiembre cuando fue cesado del Villarreal; Rafael Benítez, también sin equipo; y el entrenador del Rayo Vallecano, don Juan de la Cruz Ramos Cano. Todavía quedaba más de un mes de competición y casi todos los vendecolchas con los que se tenía contacto estaban inmersos en el fin de campaña en sus respectivos equipos o, como en el caso de Benítez, preferían esperar a otras opciones más atractivas tanto en lo deportivo como en lo económico. Quién iba a querer ir a una casa de putas que contaba en su plantilla con gentuza como Rabajda, Nando o Marcelo Otero, todos pagados a precio de oro, 80, 90 y 150 millones de pesetas respectivamente por temporada para ser exactos. El Sevilla era una institución que olía a muerto por los cuatro costados. En esta tesitura, sólo un auténtico tarado mental podía aceptar la oferta sevillista. Por ejemplo, un hombre que hubiera dejado una plaza de funcionario, en un país donde los presidentes de gobierno anarcocapitalistas son inspectores de Hacienda o registradores de la propiedad, para entrenar al San José Obrero de Cuenca. Qué huevos. Sin duda alguna, don Joaquín Caparrós Camino, JC en sus siglas al igual que la única persona que ha hecho milagros más gordos que los que el utrerano se disponía a realizar aquel ejercicio 2000/01, debía ser el elegido.

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