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¿Tendría usted una limosna, señor?

Dubitativo, apocado, se encamina hacia el señorito arrastrando los pies y sus penurias. Cuando llega, ha de esperar a que el señor se digne a mirarle; está muy ocupado paladeando su soberbia. Por fin, le concede unos segundos. Qué pasa, qué quieres ahora. Alargando las vocales, simulando hartazgo para minar la moral. Y el pobrecito de provincias suspira, se quita la boina, la dobla entre sus manos como quien retuerce su propia suerte, y le explica al señor. Oiga, que se se me ha puesto malo el chiquillo, mire usted qué desgracia, y a ver si no tendría un dinerillo suelto por ahí para pagar lo que le hace falta. Yo sé que usted es muy bueno, que me tiene aquí en la gloria, que tengo mi propio catre y a veces hasta me deja acercarme a la candela. Hágame el favor, una limosna nada más, y por los santos del cielo le juro que pediré a dios por usted más todavía de lo que ya pido.

Si un partido de fútbol pudiese escribirse como la escena de un guión, las visitas del Sevilla al Santiago Bernabéu serían calcadas a las descritas en el párrafo anterior. No la de hoy, todas. Da igual quién se siente en el banquillo, lo mismo da qué jugadores conformen el once titular. Y poco importa el momento de la temporada en la que llegue el choque, o si éste aparece en mitad de una dinámica positiva o negativa. Por supuesto, el buen desempeño en competiciones europeas o en tu propio feudo se queda en minucia. Todo se esfuma en el momento exacto en el que el Sevilla pone un pie en el AVE, se le salen los ojos mirando por la ventana y se pregunta por qué corren tan rápido para el otro lado los postes del tendido eléctrico mientras acaricia con dedos temblorosos la milana, la milana bonita.

La goleada de hoy en Madrid no ha sido ni bonita ni fea, sólo ha sido otra. Es cierta una cosa: el Sevilla hace el ridículo año tras año, de forma sistemática, en los campos más importantes del fútbol español, y eso no es óbice para que los objetivos se cumplan o se dejen de cumplir. Es muy molesto, pero no definitorio. Tan verdad es como que se me ocurren al menos nueve equipos de Primera que, con las bajas que el Real Madrid actual presentaba para el partido de hoy, tendrían bastantes opciones de ganar o empatar el partido. No digo que lo consiguieran, pero al menos crearían peligro, marcarían goles y, a partir de ahí, pues ya se vería si tenían el día bueno o qué. El Sevilla no, el Sevilla nunca. Jamás.

Básicamente, porque el primer paso para vencer un partido es pensar que puede lograrse. Eso que en el Sánchez-Pizjuán ocurre venga quien venga, incluso se ponga el resultado como se ponga, en Madrid se desvanece. Y lo hace ya desde el mismo miércoles, cuando el cuerpo técnico le otorga una importancia desmedida a un partido en Eslovenia que no la tiene, y desgasta a sus titulares para un mero trámite. Son ganas de empequeñecerse. Pero nada comparado con saltar al césped como el que va al dentista, cerrando los ojos y deseando que pase pronto, duela lo que duela.

Sólo así se explican los arranques de partidos como el de hoy, como el de cualquier otra temporada allí. Sin ir a cabecear un córner en el primer minuto, pidiendo perdón por cada pase bien dado, como si fuera un atrevimiento reprochable. Y, si por lo que sea se llega al área, nada de tirar fuerte, que al señor no se le mueva ni un pelo engominado. Que te cojan como víctima favorita los dos mejores jugadores del mundo jode, pero tiene un pase. Ahora, que lo haga también Nacho, ya suena una mijita a cachondeo.

Todo lo que viene después es lo que el señorito quiera hacer. Si está frustrado o con ganas de divertirse, irá a por ti y tú procurarás no incomodarlo demasiado. Cuando se aburra o se olvide de tu existencia, podrás marchar. Y agacharás la cabeza y musitarás que dios te bendiga, señor. Que dios te bendiga. Quizás nos venguemos si le cojo desprevenido por mis humildes tierras. Pero no se preocupe, el año que viene vuelvo, puntual a la cita, con la boina entre las manos.

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La machine de George Louis

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE (Háganme el favor de pronunciar mentalmente el título de este cronicón, o de viva voz si son ustedes celadores de un hospicio y quieren enseñar la verdad de la vida, el fútbol, y el amateurismo en esta mañana de domingo a los chavales, no como si estuviera escrito en inglés, pues no hay nada más cateto y propio de los locutores deportivos televisivos y radiofónicos de este país que pronunciar los nombres extranjeros como (aproximadamente) piensa el perpetrador de la retransmisión que se dirían en inglés. De ahí que todas las W de los alemanes las pronunciemos como U. O que lo de arriba sería una especie de “Yorch Luis”. Y no. Imagínese, camarada lector, apoltronado en un sillón de mimbre. Una camisa de seda, desabotonada, por toda indumentaria. Juguetea con su collar de perlas de metro y setenta y cinco centímetros, mientras mira a un señor bajito, calvo y en chándal que entra en la estancia y la encuentra a usted mordiendo una de las cuentas de su collar, darle una fumada a su cigarrillo que pende de una boquilla de tres palmos de largo y, mientras mira al enano entrar, usted mantiene el humo en la boca, lo deja escapar poco a poco, para, a continuación, con la mejor voz de putón de que sea capaz, diga algo así como “Chogch Luí”. Esa es mi imagen mental para decir el nombre del Pastor de Casilda en francés y me sale como si acabara de escapar de un prostíbulo del departamento de Provence-Alpes-Côte d’Azur.)

Ni uno solo del más que probable millar de exámenes que habré hecho en mi vida lo aprobé sin copiar. Cambiazo, profesor subnormal con el que es un crimen perder una tarde estudiando si sabes que no habrá problema en hacer el examen con el libro sobre las rodillas, echar un ojo a un compañero, chuletas. Lo que sea. Gracias a esta manera de encarar los desafíos académicos desarrollé una memoria fotográfica incompleta: me acuerdo de todo lo que leo, pero no puedo recordar nada palabra por palabra. Por eso, pido disculpas por no acordarme de los nombres de los protagonistas de la anécdota, pero aseguro que es real y que podrán leerla en la biografía que Paul Preston escribió sobre don Francisco Franco Bahamonde. Resulta que en los 60, durante el nunca bien ponderado desarrollismo, Cerillita manda como nuevo embajador ante la Santa Sede a un meapilas del Opus. Familia numerosísima, duchas frías, misa y comunión diarias en gracia de Dios, y cilicio los viernes. Uno de ese plan. El día de entrega de las cartas credenciales le dan un pequeño refrigerio como homenaje. Una bagatela. Una pequeña kermesse, se diría hoy, que el Santo Padre es natural del Río de la Plata. Topa con un alto cargo de la curia. Un cardenal italiano que sabe que a Dios se le puede servir de muchas maneras y que ese imbécil que tiene ahora ante sí representa al país de mierda que sumió al suyo en las tinieblas y se cargó, nada menos que, el Renacimiento. Al tano le cae bien el español. Cuando se despiden, le dice, “oiga, y usted ¿es creyente o está en el secreto?”

Sampa, el Pastor de Casilda, está en el secreto. No es un imbécil, como, lo reconozco, pensé en un primer momento. No se cree nada de lo que dice. Porque lo que dice, desengañémonos, es como un muro de Facebook de una treintañera recién parida. Quién podría estar en contra de ir siempre a por el contrario, de pasar a la historia por cómo se jugó y no por lo que se ganó, de erradicar el hambre y la mortalidad infantil en el mundo o de que nada menos que todo el universo conspira para que consigas lo que deseas si lo pides muy muy fuerte, pero muy fuerte de verdad, tía. Nadie. Pero todo eso es mentira. Es imposible, no se puede. Este es un mundo muy cabrón. Sampa, que vivió el Proceso de Reorganización Nacional en sus carnes, lo sabe. Y tanto que lo sabe, como que se libró de una estancia a gastos pagados en la ESMA gracias a que su padre era madero y le decía a qué reuniones ir y a cuáles no. A la Juventus que vaya a buscarla a su campo un Agnelli, mi equipo, no. Si voy a jugarme pasar a octavos de final de Shempions a un estadio hostil y me vale perder por la mínima, no tengo ninguna pega en salir sin delanteros. Y si me tengo que enfrentar a un equipo que lleva un pobrecillo que sí que se ha creído a pies juntillas las mamonadas de Bielsa y le meto un gol de córner, que yo iré de someter con la posesión pero tengo un índice de acierto en jugadas a balón parado apabullante, te voy a dar la pelota y voy a quitar a Guti HAZ por Kolo (digan conmigo, “qué huevos”) porque así voy a tener espacios a la contra sin esa rémora del 22 a quien ayer se cargó con toda la razón del mundo y te voy a meter dos más. Como diría Diego Pablo Simeone antes de que lo poseyera el espíritu de Paco Jémez: “para ti, la posesión; para mí, los espacios”. Y anoche, con 10, sencillamente, no se jugó más. Eso no es menottismo. Eso no es bielsismo. Eso parece contradecir al Huracán del 73. Eso es ser listo como el hambre. Un tahúr. Un embustero. Un yonkigitano. Uno di noi. Sigue leyendo

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Amateurismo y peronismo

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE  Sampa militó en la Juventud Peronista. Descubrí este dato al leer una entrevista que le hacen en el último número de la revista Panenka, entrevista que, por cierto, aparece tras el mejor artículo que se haya escrito nunca sobre los últimos diez años de toda la polla del Sevilla Fútbol Club, redactado por este chavalote, a quien se le ve un tío sano a la par que atractivo, soltero y siempre receptivo para el jaleo, queridas lectoras. No es dato baladí. Que Sampa sea peronista, digo. Lo otro, tampoco, claro, pero vamos a lo que vamos. El peronismo es un movimiento político tan heterogéneo que te puedes encontrar desde terroristas de extrema derecha a grupos guerrilleros como los Montoneros. Una especie de yin y yang donde no hay en absoluto equilibrio, el yin es Reinhardt Heydrich, el yang Sor Ángela de la Cruz. Algo tan amplio que, imagino, porque en realidad no tengo ni puta idea de lo que hablo, casi equivale a ser argentino. Quien quiera ahondar en esta esquizofrenia de los españoles del Río de la Plata, puede ver esta película, que tiene un título bien bonito, de tango, hay hostias por un tubo, y todos, aunque parezca mentira, se hacían pajas con don Juan Domingo Perón.

No escapa a esa esquizofrenia, don Jorge Luis. Dice que Perón es la personalidad más notable que ha dado Argentina. Y es fan del Che. Como ser fan de Rodrigo Rato y tener tatuajes de Durruti. Ahora miren su aspecto. Esas gafas de Calculín. Esa voz de carajote. Su temita de ser recordado no por ganar sino por cómo ha ganado. Observemos ahora su porte de recién licenciado de presidio. Esos tatuajes. Su admiración por grupos que vendrían a ser los Camela de Argentina. Y lo de sacar la pelota desde atrás, mamonear con ella, tener ayer en San Mamés un espacio entre defensa y medios del tamaño del condado de Treviño, dar un pelotazo con los defensas a la altura del área pequeña, que gana de cabeza un jugador del Athletic y, o bien tienes a Usain Bolt como último defensor, bien no dejas en fuera de juego ni a tu puta madre. No es que nos tome por tontos, no es que sea incoherente. Es que es peronista.

Mes y pico después de la última die Chronik (todo suena más tétrico en alemán) no jugamos a una mierda, titos. No entramos por banda. No entramos por el medio. El Sevilla necesita unos 42 minutos de media para tirar a puerta. El viernes, medio borracho, vi Moneyball. Llorando a moco tendido, pensé, joder, esto quiere hacer Sampa. Cambiar el juego. Tiene un compromiso para darnos espectáculo, no escucha y sigue. Por eso le dan caña. Porque amenaza lo establecido. Ganso es nuestro Hatteberg. Lillo, el gordo drogata de El lobo de Wall Street. Vamos a follárnoslas a todas. Horas después, el hígado y los riñones cumplen con su obligación, te sientas a ver el partido y llega esa hija de la gran puta de siempre: la realidad. Aunque esperamos que Sampa haga un Billy Beane o, sencillamente, un Juande o un Unai, es normal que parte del sevillismo se cague en todo cuando ve cabronadas como la de ayer. Repasemos, sin más, el juego de los 14 mamones que ayer llegaron a la marca de 22 partidos seguidos sin ganar fuera de casa en Liga.

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Que el cuarto sea cuarto y mitad

En el fútbol, como en tantos otros órdenes de la vida, existe cierta tendencia a la memoria selectiva. Especialmente, claro está, al rememorar experiencias negativas. Si tú tienes la costumbre de llegar puntual a los sitios, pero fallas en un par de eventos señalados (un examen, una entrevista de trabajo, una boda o cualquier tortura moderna similar), probablemente te caiga el sambenito de impresentable. O si tú, fiel marido, te pasas 859 noches durmiendo en el lecho con tu compañera sentimental y una mísera madrugada te escapas y acabas con el pene ensangrentado y la cartera vacía de tanto copular con embajadoras de la cultura del este de Europa, habrá quien te llame adúltero. O putero, incluso. Que ya es ponerse quisquilloso. Nadie te valora las veces que llegaste a tu hora, las veces que dormiste con quien debías. Pues algo así ocurre en el fútbol. Existe un comentario instaurado entre el sevillismo al referirse a su equipo, que viene a ser algo así como “cada vez que tiene que ganar, la caga”. Esta falacia se desmonta sin demasiada complicación puesto que, si fuese real, el Sevilla estaría deambulando por la Tercera División. Ni siquiera si lo reducimos a partidos clave, puesto que pocos objetivos ambiciosos se habrían conseguido de ser cierta esa máxima. Pero claro, aquí entra ya la trampa ventajista, esto es, etiquetar como claves los partidos en los que se falla para reforzar la teoría. ¿A qué viene toda esta milonga? Pues que anoche, cuando el argentino Luciano Vietto superaba la salida de Beto en el minuto 79, la frase de marras comenzó a propagarse más rápido que un alarmismo infundado en Twitter por el graderío del estadio y por los bares y las casas en las que hubiese un grupo de sevillistas viendo el encuentro. Sigue leyendo

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El día del cateto

El ser humano, caprichoso él, tiene la perversa costumbre de habituarse a lo bueno. Hay quien lo llama evolución. Una vez que se alcanza algo que el conjunto de una determinada sociedad puede convenir como positivo, se considera un atropello que alguien ejecute una degradación y  elimine ese logro. Se entiende, claro está, que esta máxima se aplica a situaciones duraderas y de índole social. Tú puedes irte una semana a la República Dominicana y por mor de una pulsera de plástico en tu muñeca no tener apenas preocupaciones relevantes. Principalmente, que el sol no te queme demasiado, que la camarera te siga echando mojitos todo el día y que el cocinero te haga, en mitad del salón comedor, un plato que no lleve demasiada yuca. Luego, regresas a tu casa y resulta que está lloviendo, te das cuenta de que los mojitos son una bebida para desviados y/o resacosos y comprendes que cocinar en el salón es imposible sin meterte en obras, además de ser una idiotez supina por aquello de los olores. Pues este choque, esta rebaja en tu calidad de vida llamada “síndrome postvacacional” por esa clase de tipos que le ponen nombre a todo, eso no cuenta. Ahora te das de bruces con la realidad y regresas al estado normal de las cosas, ya que lo del Caribe era algo meramente temporal.  Si nos ponemos una mijita serios, un buen ejemplo que sí refleja a la perfección lo comentado es esa ley que regula la voluntad de la mujer o aquella otra que coarta la de toda la sociedad. Leyes que si se hubiesen promulgado hace cuarenta años gozarían, probablemente, de una aceptación popular. ¿Qué ha cambiado? Pues el paso de los años, el bagaje social y la memoria. Salir con estas en el año 2014 es un acto de poca vergüenza porque la gente ya sabe qué es lo bueno. Ni siquiera lo bueno, simplemente lo lógico.  Sigue leyendo

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Juego de niños

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Tenía un cabreo de cojones aquella tarde desde lo de los animales domésticos. Serán judas, los muy cabrones. La señorita nos explicaba qué era eso de animales salvajes y domésticos y, para implicarnos y fijar bien esa enseñanza, nos preguntó qué bicho teníamos cada uno en casa. El Manolito, que aparte de bético era imbécil, una perra que se llamaba Silvia. La Patri, dos tortugas sin nombre porque según su padre los galápagos no merecen esas consideraciones. Yo mantuve mi mano en alto hasta que me dieron la palabra. Tengo dos canarios, señorita. ¿Y cómo se llaman? Lenin y Stalin. Mis compañeros, al ver a la maestra sujetarse la faja del descojone que le entró, empezaron a reírse por pura imitación. Porque a ver qué iban a saber todos aquellos analfabetos de la guardería quiénes eran esos dos genios universales. Ahí estaban, riéndose de lo único digno que había en la clase. Unos bastardos. Así pues, en el recreo vespertino me desmarqué de los traidores de mis amigos y me puse a pasear en soledad por el patio. Como acto de reafirmación, me acerqué a la tapia a recoger jaramagos para llevárselos a Vladimir Ilich y Josif, que los comerían con delectación y agradecimiento a mi vuelta a casa. Levanto la cabeza y veo de lejos al oldface. Ofú. Hice memoria rápidamente. ¿Qué carajo he hecho ahora? Que yo recuerde, esta semana ni le he contestado mal a la abuela ni le he medido el lomo a mi hermana. Además de haber hecho el ridículo en clase hoy toca bronca. No me jodas. Pero aquel 20 de febrero del 85 no iba a darse todo mal. El viejo venía serio pero no con cara de vinagre. Me dice que llame a la maestra, que nos vamos, que hay que ir al Sevilla. Cojonudo. Cómo me motivaba el fútbol entre semana. Rompíamos la monotonía y casi siempre íbamos solos mi viejo y yo, sin aguantar amigos coñazo. Como no había merendado y el partido acabaría tarde, mi padre se saltaba por una vez su norma de conducta de no pedir jamás tapas y me invitaba a un montaíto, que yo mordisqueaba mientras él iba relatándome alineaciones, historial, antecedentes y efemérides sevillistas y del rival. Para colmo de dicha, esa tarde había derby. No me jodas, paíto. Pues sí, cabezón, contra estos cabrones jugamos hoy. Que digo yo que ganaremos porque con Cardo estos mamones no nos mojan la oreja ni de puta coña, aparte de que no ganan aquí desde el 68. Pero si la cosa sale mal, no montes el espectáculo que acostumbras. Que ya eres muy viejo y está feo llorar rodeado de tíos. Mariconazo.  Sigue leyendo

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Ayer es siempre todavía

Cuando uno es tan asquerosamente superior a su rival como lo es el Sevilla, no tiene ninguna lógica aplazar la demostración empírica de esa supremacía. No obstante, como aún conservamos algo parecido a un corazón, quizás nos ablandamos y el sentimentalismo le pudo a la razón hasta llegar a la conclusión de que lo del año pasado fue demasiado severo. Sólo catorce segundos de ilusión utópica concedida a las criaturitas. Esta temporada, en un alarde de solidaridad sin precedentes, pudieron disfrutar de 110 segundos. Casi dos minutos enteros soñando que existía alguna posibilidad de ganar en el templo del fútbol sevillano. Hasta les dio tiempo a sacar de banda sin ir perdiendo. Si es que somos para comernos cuando nos ponemos.

Humphrey Bogart se preguntaba en Casablanca cómo era posible que, entre todos los antros que aún quedaban en pie en la Segunda Guerra Mundial, ella hubiese tenido que acabar en el suyo. Es de imaginar que algo así acudirá a la cabeza de una criaturita cuando piense en el balón elevado que fue a parar, de entre los veintidós futbolistas repartidos por el césped, al único que podría convertirlo tan rápida, precisa y genialmente en un pase que pusiera en franquía a Bacca ante Pipi Sara. Que luego había que meterlo, obviamente, pero el colombiano está cogiendo los galones y esa es de las que no marra. Es cierto que a ese primer tanto no le acompañó luego el vendaval de la pasada temporada. Se jugó mucho menos al fútbol, especialmente en ese período de la primera mitad. Y es que, obviando quizás a Reyes, ningún futbolista hizo una labor de sobresaliente en todo el conjunto. Tampoco pareció necesario un esfuerzo exagerado para ganarle al colista de Primera. Si hasta nos permitimos el lujo de que dos de nuestras figuras, Rakitic y Alberto, cuajasen una de sus peores actuaciones esta temporada. Y en esas llegó una entrada muy mal medida de Paulao (el único al que no pusimos demasiado a parir en nuestra crónica, si es que estamos sembrados) que, unida a una tarjeta vista poco antes, personifica la torpeza supina y se acaba yendo a la calle. Con la banda sonora que todos conocemos acompañándole hasta el vestuario. Esto es como si invitas a tu casa a un indeseable, te pone el baño perdido de mierda y luego el resto de asistentes a la fiesta te pone mala cara porque ni siquiera se molesta en informarse de que tú eres un tío decente, que se viste por los pies y que lo último que haría es repartir excrementos por los azulejos del aseo. Pero bueno, qué le vamos a hacer. Con esta clase de gente nos toca compartir oxígeno. Así que se sacó la falta, nuestro negro se aprovecha de que el que lo marcaba en las jugadas a balón parado está en las duchas y remata al centro. Lo que hizo el porterito rival es inenarrable. Hablamos de que una persona con los dos brazos amputados puede detener ese esférico. Pues no. El segundo y al descanso calentitos. Ni que decir tiene que la carita de ese mamarracho llamado Pepe Mel ya se tornaba rojiza y se había ido hinchando paulitinamente, convirtiendo su cabeza todavía más similar a un globo que en estado normal. Bueno, normal, ya me entienden. En reposo de envidia sevillista, si es que eso ocurre alguna vez al día.

En el descanso suponemos que a Emery no se le ocurrió la majadería de siquiera deslizar la idea de echar el freno. Incluso se empezó a jugar mejor, algo que pronto cristalizó en ocasiones falladas y en la gran jugada del tanto de Vitolo. Tiene gol el tipo. Con la goleada conseguida, atrás se continuó sin pasar apuro alguno. Los portugueses bien, especialmente Carriço, que tiene muy buena pinta pese a su rostro de loco de película. Incluso Fazio, que no es demasiado admirado en esta bitácora, hizo una cosa digna de alabarle: no se complicó. Mandó a tomar por culo varios balones durante el encuentro, la mejor manera que un tipo con sus antecedentes tiene de evitar el peligro. Ahí fue cuando se consumó la infamia del cabezaglobo y sacó al enano canario. Con 3-0. Como diciendo, yo he hecho lo que he podido, pongo a lo que tengo y salvo mi calva. Nos lo imaginamos en su casa, creyéndose un híbrido de Julio César, Napoleón, Gengis Kan y Alejandro Magno, preparando el asalto a nuestro estadio. Que si ningún delantero puede jugar, luego entrenan, luego convoca a 23 tíos, al final entran los dos en el campo y acaban teniendo el mismo peligro para nosotros que si lo hubiese hecho el Dúo Sacapuntas. Bravo Pepe, bravo. De ahí hasta el final, un paseo que acabó con un gran gol de Iborra como podía haber acabado con cinco tanto más.

En definitiva, lo de siempre. No queremos despojarle todo el romanticismo y la tradición inherente a estos partidos pero, ¿qué tenemos que ganar nosotros en un derbi como local? Pues tres puntos, los mismos que si viniera el Elche. Y disfrutar de un estadio en comunión, que parece que durante noventa minutos comprende en su totalidad que los moradores de Gol Norte son el alma del Sánchez-Pizjuán. Es decir, disfrutamos del ambiente. De reunirse con la familia, los amigos y reírte un poco del equipucho ese que nos visita. Si acaso, el partido puede acabar en goleada y, aparte de derrotados, por lo menos se van humillados. En cambio, si se les ocurre empatarnos o ganarnos, harían de esa fecha día de fiesta local si pudiesen. Obviamente, no es algo equiparable. No es el mismo riesgo. Pero es lo que toca, no podemos evitar que se pasen por aquí cada año. Bueno, si acaso ganando también en su estadio y contribuyendo, en la medida de lo posible, a que retornen a esa división en la que se sienten como en casa.

Porque aquí no hay ni tradicional igualdad, ni partidos parejos, ni pollas en vinagre. Un derbi sevillano es una afición que sólo se va con media sonrisa porque no ha caído la manita. O que le pide al majarón de su portero que suba a rematar. Y, ya puestos, que lo hiciese con el miembro viril al aire, pero quedaba difícil de encajar esa letra en el cántico. Un derbi sevillano es José Antonio Reyes descojonándose en la cara de un tal Nono cuando, preso de la frustración, se le encara. Un derbi en esta ciudad es un partido de fútbol que suele ganar el equipo que no tiene rayas en su camiseta. Pregonar lo contrario es tarea de periodistas que necesitan vender su producto en las dos aceras. Creérselo, algo reservado para ilusos. Porque Biris Norte lo resumió todo con cuatro palabras. Unos nacieron para dominar la ciudad con la que comparten nombre, y otros, por simple lógica, para ser dominados. Es así desde el inicio, y nada varía con los años. Ayer sigue siendo siempre todavía.

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Sevilla Fútbol Club – miBeti

Pues ya estamos otro año más aquí con esto del derbi. Hoy nos hemos puesto nostálgicos y vamos a recuperar la que era una práctica habitual en los albores de esta bitácora, esto es, las previas de las jornadas. Para los no iniciados, la cosa es bien sencilla. Cogíamos al rival al que nos enfrentábamos, escribíamos unas cuantas paridas sobre el posible once inicial y luego lo rematábamos con unas foticos la mar de apañadas. Luego los aficionados de esos equipos lo leían, los más picajosos se mosqueaban, lo colgaban en sus foros, defecaban en nuestros difuntos y así cada quince días. Un hermoso espectáculo, la verdad. Así que no se nos ocurre qué mejor ocasión para sacar del olvido estos artículos desenfadados que contra el equipo más bufonesco que conocemos. Sigue leyendo

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Los tontos del pueblo

La verdad es que se presenta como considerablemente laboriosa la tarea de redactar una crónica de lo acontecido anoche en el Camp Nou sin comenzarla con lo que todos tenemos en mente. Pero vamos allá. El Sevilla se plantaba en Barcelona tras lograr un bagaje en los albores de la temporada que, en el más cándido de los casos, podría calificarse de discreto. En Europa hemos jugado contra dos bandas y, salvo algunas graves imprecisiones en uno de los cuatro partidos, la cosa se despachó como era menester: goleando sin despeinarse. En la competición doméstica, en cambio, la cosa cambia. Perfectamente maniatados en la primera jornada, el partido contra el Levante fue una bazofia que recordó al peor Sevilla de Míchel y el del Málaga, pese a que no se jugó mal, tampoco se jugó bien. Y nos da igual que el linier anulara un gol perfectamente legal. Por eso jode lo de ayer. Porque nadie esperaba sacar absolutamente nada, y cuando ves que no es que puedas sacar un punto, sino que estás muy cerca de llevarte los tres, el enfado es mayúsculo. Yo no sé ustedes, estimados lectores, pero si estoy jugando al bingo, prefiero no poder tachar ni un solo número de mi cartón antes que estar a expensas de la última cifra, pensando ya en cómo voy a gritar, si a lo maricona loca o con una breve señal con el brazo, como lo haría Humphrey Bogart, y que de la nada aparezca alguna vieja robándome el premio a última hora. Eso es mucho peor, definitivamente. La miel en los labios no es miel, sino mierda. Sigue leyendo

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Qatar ens roba

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Como aquí no arrima el hombro ni Dios, como esto ya casi parece una bitácora personal en lugar de una empresa comunitaria y socialista, y como viene a cuento, me voy a cagar en todo y  enlazo con el anterior artículo que aparece en esta página, la excelsa crónica de mi viaje a tierras gaditanas para asistir al trofeo Carranza 1987. Contra todo pronóstico, llegamos a Benalmádena sin novedad. Dispuesto a sacar el máximo partido de lo que me quedaba de segunda quincena de agosto, de esos putos quince días que había estado esperando con fruición a que llegaran mientras veía irse a todos los muertos de hambre de mis amigos antes que yo a sus vacaciones, me fui a la playa a intentar olvidar el fin de semana en Cádiz con el viejo. Craso error. Yo creo que me vio demasiado contento. Con mis palas y mis cubitos, con los castillos de arena que construía con singular acierto; jugando con mi amigo Jacobo, un albino de Segovia que conocí en el hotel, a quien di un por culo horroroso preguntándole, entre risotadas, cuándo era el día de su santo, transcurrieron esos días. “Mu tranquilo está éste. Y eso de los cubitos y de que se junte con no sevillanos… ¿Me estará saliendo maricón?”, esta reflexión pasó a la velocidad del rayo por su enfermo cerebro. Así que, en aras de una descendencia indudablemente heterosexual, sólo tres días después de haber vuelto de Cádiz, terminó de liarla. Metió a toda la familia en el coche, le regaló dos días que teníamos pagados al hotel y volvimos a Sevilla, puesto que el día 30 de agosto comenzaba el Campeonato Nacional de Liga, con un Sevilla-Betis en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Me cago en su puta madre. Sigue leyendo

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