Archivo mensual: enero 2014

El puto enano

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Eran los tiempos heroicos en que creía que para tener dinero debía trabajar. La jornada laboral comenzaba a las ocho y media de la tarde, hora a la que se fijaba la apertura del bar, que nosotros abríamos puntualmente a las nueve y cuarto de la noche. La plantilla a la que pertenecí aquel verano la conformaba un grupo de veteranos profesionales de la hostelería que, tal vez por sus muchos años detrás de una barra, sólo valoraban como un suplicio la afluencia de público, se enfadaban si algún parroquiano pedía más de dos tapas en una sola comanda y solían meterse en las conversaciones de los menos asiduos y más tímidos clientes. La cocinera, por su parte, devota de su oficio, padecía de trastorno obsesivo-compulsivo que, entre otras molestias, la obligaba a realizar todas sus acciones por quintuplicado, creyendo que, si no cumplía esa premisa, sus hijos morirían entre diabólicos padecimientos. Si cogía la garrafa de aceite de una repisa, debía posarla y recogerla cinco veces. Si salía para ir al servicio, cerraba y abría la puerta cinco veces. Si le pedían una de huevas a la plancha, asaba cinco piezas en lugar de una. En caso de que nadie más pidiera en toda la noche huevas a la plancha, me servía a mí las sobrantes en mi descanso para cenar, las quisiera o no, limpiando los churretes de los bordes del plato cinco veces. Ya digo; un corazón de oro, amén de unas manitas de plata para los fogones y los aliños. Después estaba el Juani. Camarero desde los 16 años, debía de alcanzar el cuarto de siglo de experiencia. Un prodigio para cocer gambas, cortar pulpo en rodajas casi transparentes, cocinar menudo y en desaparecer mágicamente de su puesto de trabajo en cuanto la ocupación del aforo del bar y de los veladores exteriores alcanzaba su punto culminante para ir a por cambio, comprar casera para los tintos o ir a llamar a su suegra, que estuvo todo aquel verano saliendo de operaciones de cadera. A estas cualidades había que sumar que era sevillista, tenía un poder de convicción casi hipnótico que le hizo tenerme una noche hasta las tres y media de la mañana con el bar ya cerrado calculándole tiza en mano y sobre la barra de la cervecería deducciones del IRPF y devengos de la prorrata de las pagas extraordinarias de sus últimas treinta y dos nóminas, y ambos vivíamos en el mismo barrio, por lo que él se prestaba a traerme y llevarme de casa al centro de trabajo sin pedir nada a cambio. Sigue leyendo

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