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Sesión continua

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Estaba esperando al 12 en la avenida de Pino Montano, hace dos domingos, y llegó un chaval con la cara llena de barrillos. Coño, ¿desde cuándo no veía yo un nota de 16 o 17 años con la cara como el culo de un pavo? Que quede claro que admiro el cutis finísimo de los niños de ahora. Si son más altos, más guapos y con mejor manejo del secador que nosotros a su edad, ole sus huevos. Pero me llamó la atención por la de años que no veía algo que hasta hace poco era muy normal. Como los niños con las rodillas o los codos llenos de postillas o, directamente, enyesados. O como los carteles de cine en la calle. Antes había montones de carteles de cine por la calle. Generalmente por el centro, pero tampoco eran raros si estabas en una zona con cine, como la parte del colegio de los Moros, que tenía al lado el cine Delicias. En San Marcos, enfrente del balcón de mi abuela, había uno, en la acera donde estaban los billares. En esos billares el viejo le ganó a mi tío unas Ray Ban de aviador guapísimas, las primeras gafas de sol que le conocí. Le dijo, Enrique, si te meto un 9-0, ¿me das las gafas? Mi tío era mucho mejor que él al futbolín. Desde chico, se dejaba caer por aquellos billares y calentaba a tíos mayores, tíos adultos, cuando él tenía 10 o 12 años. Pero mi viejo tenía una mala hostia protocaparrosiana que no se la saltaba un fraile, así que le metió ese repaso, que a mi tío, además de las gafas, le costó un señor cabreo de su novia, que se las había regalado. Sigue leyendo

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El día de Antonio López

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Hay mamones que ya habrán follado que no han visto a mi equipo en Segunda. Eso, con mi pila de años y el compendio de hostias que llevo en el curriculum, me da vértigo. Chavalotes en la universidad que no recuerdan al Sevilla en Segunda. Como uno de los propósitos de esta bitácora fue nuestro “ánimo de ser particularmente útiles a la juventud, y de contribuir a la reforma de las costumbres en general” o, en palabras mucho más asequibles, PEX está “dedicado para [sic] toda la juventud, para que se quiten [sic] de la droga”, como dijo don Toni el gitano, vamos a darle a un memorabilia que tengo en mente desde septiembre pasado, el cual lo habría escrito antes de la eliminatoria de Copa contra el Madrid de no haberse celebrado en Navidad, que con la cantidad de borracheras que cojo no estoy para nadie, que versará sobre las primeras semifinales de algo que no fuera un torneo veraniego que vi en mi vida, a mis lozanísimos 23 años (lo nuestro tuvo taco de mérito), la eliminatoria contra el Real Madrid de febrero de 2004.   Sigue leyendo

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Postulados sobre la 97/98 y la verbena actual en que a todas luces se ha convertido este invento

Lo que hizo que me diera cuenta de que estaba en una final no fueron los carteles en las farolas anunciando el Middlesbrough-Sevilla, las conversaciones que captaba alrededor, pasar siete horas en una plaza llamada genéricamente “fanzone”, la cerveza de trigo al escandaloso precio de dos euros, las camareras rubicundas que no entendían el concepto “cubata” ni muchísimo menos “cubata para el camino”, la moneda sin valor que me dieron en un bar para activar la máquina de tabaco, la parafernalia de niños con globos color butano y la pancarta gigante con el escudo del Sevilla sobre el césped, ni siquiera el hecho de tener que coger a mi padre por el cuello para que no le diese una hostia a un señor que nos había dado una dirección, a juicio de mi padre, de un modo risueño y, por tanto, hiriente en extremo. En Eindhoven, la revelación fue la luz. Bajo las cubiertas de un estadio del norte de Europa, construidas con la benevolencia de sociedades hiperdesarrolladas y el propósito de ahorrar imponderables climatológicos al público, el cielo era completamente azul, tal vez ya celeste, sin una sola nube, que anunciaba la noche y el verano. Las finales empiezan de día, pero se saborean en la oscuridad. Sigue leyendo

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El principio de todo esto

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Aquel viernes de junio previo a la entrega de las notas, mientras terminábamos nuestras tareas del día (Pregunta del libro “Corzo” de la editorial Anaya: ¿Hay montañas en tu localidad? ¿Cómo se llaman? Respuesta de este que está aquí: Sí. Monte Gurugú) entró en el aula un desconocido precedido del director. Un breve cambio de impresiones y la entrega de un abultado sobre a la señorita María Dolores nos sumió en el más respetuoso silencio. La señorita María Dolores nos pide que dejemos por un momento los deberes y atendamos. “Chavales, el Sevilla Fútbol Club, el equipo de vuestra amada ciudad, ha tenido a bien invitar a los escolares de este colegio público al encuentro que se celebrará en el Ramón Sánchez-Pizjuán entre los combinados adiestrados por don Roque Olsen, el Sevilla Fútbol Club, y don José Manuel Díaz Novoa, el Real Club Celta de Vigo, el próximo domingo 18 de junio de 1989 a las 20.15 de la tarde.” Era redicha como la madre que la parió, pero la queríamos igual. El señor que había traído el sobre con las entradas lo recoge de las manos de nuestra maestra y empieza a repartirlas. Cuando se marcharon él y el director, no lo dudé. Cogí mi entrada, fui caminando lentamente pero con determinación a la cátedra de aquella luz de la enseñanza y, en un tono de voz lo suficientemente alto para que me escuchara toda la clase, anuncié: -Señorita María Dolores, a mí esto no me hace falta. Yo soy socio del Sevilla desde vaya usted a saber cuándo. No necesito limosna. Los paniaguados estos que me rodean puede que sí, pero yo soy un tío con dos cojones que está allí cada domingo llueva, ventee o salga el sol. Porque, como dijo Quintiliano… “Muy bien, mi arma, muy bien. Dame la entrada y vuelve a tu sitio, anda, guapo”, me interrumpió la buena señora, que ya estaba curada de espanto.

Siempre, a la mínima oportunidad, en cualquier circunstancia, hay que ronear. Sacar pecho por cualquier pollada y mirar por encima del hombro a los demás. A pesar de que cuando llegué a mi casa y conté la hazaña mi propia madre me llamara mamahostias por haberle robado la ocasión de haber podido echar el dominguito con el viejo en el fútbol, que ya había que tener ganas, aquellos segundos en los que noté cómo mi gallarda conducta sembraba admiración y espanto entre mis compañeros, me supieron a rives cola de cinco de la mañana filosofando con un amigo del alma. Sigue leyendo

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Nos la suda tanto el “Euroderby” y sabemos que creamos tendencia, que nos vamos a poner a hablar de pasos y fútbol

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Nada más traspasar el umbral de capirotes Molina, en la calle Alcaicería, supe que se mascaba la tragedia. En aquella tienda angosta, que todos los sevillanos de bien que alguna vez hayan acompañado a sus sagrados titulares en estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral Metropolitana conocerán, rodeado de escudos bordados, antifaces, telas de arpillera y morcillas para costales, cinturones de esparto, botones forrados para sotanas y túnicas, fajas para costaleros y docenas de capirotes de cartón, pues hablamos de los años 90, tiempos homéricos en los que los capirotes de rejilla no existían porque a una penitencia se va a sufrir, en aquel templo de la sevillanía, vi que sólo tenía a dos clientes por delante. Por desgracia, eran dos chavales de unos diecisiete años que pedían a voces al dependiente que les dijera el diámetro craneal de cada uno para ver cuál de los dos tenía más cabeza. Por mí, me hubiera ido y vuelto en mejor ocasión. Pero al día siguiente ya era Domingo de Ramos y el oldface me esperaba en el bar Manolo de la Alfalfa tomando un refrigerio (un cubalibre de coñac) y preferí la humillación de dos desconocidos a una mano de hostias por no cumplir con mi obligación. No me acuerdo de cuánto les medía el garbanzo a aquellos dos. Nada fuera de lo común. “Pasa, mi arma”, me dice el dependiente después de un cuarto de hora remoloneando en la entrada, viéndome tímido y con mi antifaz de ruán negro bajo el brazo. Me sienta en una silla de enea, me levanta la cabeza posando ambos pulgares sobre los mastoides y con sus dedos corazón eleva mi mandíbula. Ni quería mirar al frente ni sabía dónde meterme. “Sesenta y cuatro”, dice con voz estentórea y un bufido de admiración a la señora que confeccionaba los capirotes en la trastienda. Tenía el doble de cabeza que aquellos dos juntos, que me sacaban unos cuatro años y empezaban a darse con el codo y a mirarme con conmiseración, porque fue tal el repaso que les di con mi espectacular resultado que ni ganas les dieron de reírse. Que estará malito, el chaval, pensarían. Una hora larga tardaron en hacerme el capirote. No por la pedazo de chorla que me corona, o no exclusivamente, sino porque, como sabrán todos los hermanos de Silencio, Gran Poder, Calvario, Estudiantes y otras, un capirote de más de un metro de alto es una de las mayores putadas que se le pueden hacer a un hombre, mucho mayor que el cinturón de esparto de treinta centímetros de anchura que debemos llevar. Cuesta Dios y ayuda armar la parte superior del cartón para que quede firme, no se venga abajo con el peso del antifaz ni se chafe a la menor presión que se le ejerza. Cuando estaban a punto de entregarme, por fin, el capirote, vuelven a pasar los dos mamones que hacían cola antes que yo y ahí se les olvidó toda la caridad cristiana y empezaron a descojonarse viendo el trabajito que costaba atender a un tipo tan cabezón, carcajadas a las que se unió sin dudarlo el oldface, que llegó al mismo momento a recogerme y entre risotadas me decía “qué, que no hay manera, ¿no? Si es que eres un fenómeno. Pero un fenómeno de circo, mariconazo”.  Sigue leyendo

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Mentiras maravillosas

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Aquel partido era cuestión de vida o muerte. Ganar; caiga quien caiga. Lo de esa noche sí que fue jugar bajo presión. Por misterios del PGOU praguense, la residencia de estudiantes se emplazaba al lado de una base militar donde quintos venidos de todas las regiones checas hacían la mili, mientras a pocos metros los pocos eslavos privilegiados que podían costearse una educación universitaria y unos pocos extranjeros estudiábamos, pernoctábamos, nos drogábamos y convivíamos. La residencia, una especie de Pablo de Olavide post-comunista, tenía sus edificios clasificados por letras; cada edificio, una cantina especializada. La del E, era para comer. La del C, perfecta para tomar café a media tarde y agenciarte a alguna incauta. Mi favorita era la cantina del F. El antro. El Remesal de Conde de Torrejón es un lugar con clase a su vera. Por desgracia, también era la opción de ocio preferida de los conscriptos. El bar del F no cerraba hasta las 5 de la mañana en un día flojo y, como el resto de locales, contaba entre sus atractivos con un futbolín. Aquella noche, dos soldados, ciegos de metanfetaminas, cráneo rapado, pantalón de camuflaje, torso desnudo y tatuajes de tela de araña en cuello y cabeza monopolizaban el futbolín en un “rey de la pista”. Harto de Budejowicky, me levanté y decidí postularme como aspirante ante aquellos dos hijos de puta. Pensaba contar como pareja con el Paquito, un chaval de Madrid, y del Atleti, que acababa de conocer cuando él me preguntó “Dis is de toilet” a lo que yo le respondí, “Porque soy de Sevilla, que si no meas fuera en un árbol. Mamona”. El planteamiento fue el siguiente: Paquito, aparquemos nuestras diferencias. Somos españoles. Como el futbolín. Honremos la memoria de don Alejandro Finisterre, de los tercios de Flandes y de la madre que nos parió y demos lo suyo a esos dos subnormales. Hagámonos acreedores de los laureles del vencedor o, en vista del talante de los adversarios, la palma del martirio. Paquito asiente sin dudar. Mas hete aquí que se cruza el amor. Una checa clavada a Esther Cañadas empieza a bailar sicalípticamente con él, le refriega su pedazo de mojino por tan inexperta entrepierna y se me va al carajo mi pareja en la justa que ya alboreaba. Cuando los dos mierdas aquellos despachan a sus últimos contrincantes me miran, echo una ojeada alrededor y sólo veo a la Bettina. Una Erasmus de Dresde. Que ya hay que ser gilipollas para irte de Erasmus a una ciudad a 200 kms. de la tuya. Bettina, vamos allá. Recuerda el Saco de Roma y lo bien que nos portamos españoles y alemanes a las órdenes del emperador Carlos. Bettina, como una Andreas Hinkel de la vida, da el do de pecho y se convierte en un coloso en defensa. Vamos aguantando bola a bola, haciendo sudar tinta cada gol de los soldados, convirtiendo, por mi parte, todo lo que llega a la delantera. Del cajetín salen nueve bolas. El combinado germano-español se planta en un 3-4 contra pronóstico. Escucho diecisiete veces “spanielsko” y “curva”. Curva en checo es puta. Pero allí lo de “hijoputa, cómo juega” no lo dice nadie. Puta es peor que cagarte en los muertos de alguien. Saco la bola que debe darnos la victoria. Miro a los ojos al cabrón que lleva los mangos de portero y defensa rivales y le digo, en perfecto español, “pero so maricón, que eres maricón, que tanto tatuaje y tanto músculo es puro complejo, ¿tú has jugado a esto en La Sala de Pino Montano ni na?” Al ver que se tuercen los semblantes, pongo mi sonrisa Joan Manuel Serrat recital en Chile 1969. Y aquí viene el golpe maestro. Antes de arrojar la bola al futbolín, hago como si cascase un huevo. Los checos, poco imaginativos genéticamente, como ya los retrató Bram Stoker, se desconcentran, mi alemana de mis entrañas y su talla 120 de busto enganchan una volea inapelable hacia el marco contrario que rebota en ambas aristas y no entra porque Dios soporta menos a los malditos teutones que a los soplapollas de los checos. Hay que seguir la jugada. Los putos quintos evolucionan a pesar de mi férreo catenaccio planteado con las líneas media y de ataque. Bettina, tal vez desmoralizada por su ocasión marrada pocos segundos antes, coloca deleznablemente a portero y defensa. Viendo el desaguisado, alargo mi mano izquierda para corregir la desaplicación defensiva, tomando, en lugar de la barra del portero, un seno de mi camarada, que exclama “Scheisse!”, suelta al portero, la bola impacta en este y, ante el desconcierto rival y la hostia que iba a meterme la jodía gorda, aprovecho para hacer una finta con el jugador central de mi línea media y dar un certero giro de muñeca, que introduce la bola en la portería contraria. Allí cundió el delirio. Cogí la última bola que quedaba, que ya no serviría para nada, y la puse dentro de nuestra portería, mientras me carcajeaba de los contrarios. Al grito de “No son comunistas, son hijos de puta”, o “Vivan las gloriosas tropas del Pacto de Varsovia, que bien os entendieron en el 68”, si bien este cántico me costó una mijita hilvanarlo, me sacaron a hombros del bar del F. Todos odiaban a los putos soldados que venían a la residencia de juerga. Y, como Rodrigo de Triana el 12 de octubre de 1492, tuvo que ser un borracho sevillano el instrumento de la civilización que acabara con tanta barbarie. Sigue leyendo

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Juego de niños

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Tenía un cabreo de cojones aquella tarde desde lo de los animales domésticos. Serán judas, los muy cabrones. La señorita nos explicaba qué era eso de animales salvajes y domésticos y, para implicarnos y fijar bien esa enseñanza, nos preguntó qué bicho teníamos cada uno en casa. El Manolito, que aparte de bético era imbécil, una perra que se llamaba Silvia. La Patri, dos tortugas sin nombre porque según su padre los galápagos no merecen esas consideraciones. Yo mantuve mi mano en alto hasta que me dieron la palabra. Tengo dos canarios, señorita. ¿Y cómo se llaman? Lenin y Stalin. Mis compañeros, al ver a la maestra sujetarse la faja del descojone que le entró, empezaron a reírse por pura imitación. Porque a ver qué iban a saber todos aquellos analfabetos de la guardería quiénes eran esos dos genios universales. Ahí estaban, riéndose de lo único digno que había en la clase. Unos bastardos. Así pues, en el recreo vespertino me desmarqué de los traidores de mis amigos y me puse a pasear en soledad por el patio. Como acto de reafirmación, me acerqué a la tapia a recoger jaramagos para llevárselos a Vladimir Ilich y Josif, que los comerían con delectación y agradecimiento a mi vuelta a casa. Levanto la cabeza y veo de lejos al oldface. Ofú. Hice memoria rápidamente. ¿Qué carajo he hecho ahora? Que yo recuerde, esta semana ni le he contestado mal a la abuela ni le he medido el lomo a mi hermana. Además de haber hecho el ridículo en clase hoy toca bronca. No me jodas. Pero aquel 20 de febrero del 85 no iba a darse todo mal. El viejo venía serio pero no con cara de vinagre. Me dice que llame a la maestra, que nos vamos, que hay que ir al Sevilla. Cojonudo. Cómo me motivaba el fútbol entre semana. Rompíamos la monotonía y casi siempre íbamos solos mi viejo y yo, sin aguantar amigos coñazo. Como no había merendado y el partido acabaría tarde, mi padre se saltaba por una vez su norma de conducta de no pedir jamás tapas y me invitaba a un montaíto, que yo mordisqueaba mientras él iba relatándome alineaciones, historial, antecedentes y efemérides sevillistas y del rival. Para colmo de dicha, esa tarde había derby. No me jodas, paíto. Pues sí, cabezón, contra estos cabrones jugamos hoy. Que digo yo que ganaremos porque con Cardo estos mamones no nos mojan la oreja ni de puta coña, aparte de que no ganan aquí desde el 68. Pero si la cosa sale mal, no montes el espectáculo que acostumbras. Que ya eres muy viejo y está feo llorar rodeado de tíos. Mariconazo.  Sigue leyendo

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Qatar ens roba

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Como aquí no arrima el hombro ni Dios, como esto ya casi parece una bitácora personal en lugar de una empresa comunitaria y socialista, y como viene a cuento, me voy a cagar en todo y  enlazo con el anterior artículo que aparece en esta página, la excelsa crónica de mi viaje a tierras gaditanas para asistir al trofeo Carranza 1987. Contra todo pronóstico, llegamos a Benalmádena sin novedad. Dispuesto a sacar el máximo partido de lo que me quedaba de segunda quincena de agosto, de esos putos quince días que había estado esperando con fruición a que llegaran mientras veía irse a todos los muertos de hambre de mis amigos antes que yo a sus vacaciones, me fui a la playa a intentar olvidar el fin de semana en Cádiz con el viejo. Craso error. Yo creo que me vio demasiado contento. Con mis palas y mis cubitos, con los castillos de arena que construía con singular acierto; jugando con mi amigo Jacobo, un albino de Segovia que conocí en el hotel, a quien di un por culo horroroso preguntándole, entre risotadas, cuándo era el día de su santo, transcurrieron esos días. “Mu tranquilo está éste. Y eso de los cubitos y de que se junte con no sevillanos… ¿Me estará saliendo maricón?”, esta reflexión pasó a la velocidad del rayo por su enfermo cerebro. Así que, en aras de una descendencia indudablemente heterosexual, sólo tres días después de haber vuelto de Cádiz, terminó de liarla. Metió a toda la familia en el coche, le regaló dos días que teníamos pagados al hotel y volvimos a Sevilla, puesto que el día 30 de agosto comenzaba el Campeonato Nacional de Liga, con un Sevilla-Betis en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Me cago en su puta madre. Sigue leyendo

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Hermandad andaluza

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE “Coño, mira, un vicio. Voy a probarlo.” Ésta ha sido siempre mi divisa. Mía y de doña Carmen Cayetana Ordóñez González. No perderse una y apuntarse a un bombardeo. Esta naturaleza casquivana y festiva siempre ha alumbrado mi vida, desde la más tierna infancia, y yo no iba a perderme aquel partido. Aunque estuviera veraneando en Benalmádena y con una gastroenteritis galopante por haber dicho días atrás, “coño, mira, un espeto. Voy a probarlo”, había que estar con el equipo, con el nuevo Sevilla de Kevin Clifton McMinn. Así que, ante mi negativa tajante a quedarme con mi vieja y mi abuela en la Costa del Sol, mi padre me dio dos o tres collejas, me advirtió que si durante el trayecto vomitaba sobre la tapicería de su flamante Opel Corsa me pisaría la cabeza como una colilla, me metió en el coche y tiramos para Cádiz a ver la trigésimo tercera edición del Trofeo Ramón de Carranza.  Sigue leyendo

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Manual de supervivencia para tarados

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE La maricona de Trotsky dice en su autobiografía que toda su vida mantendría una deuda irredimible con el maestro que le enseñó a leer. Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con la afirmación del judío traidor; guardo un gran recuerdo de la persona que me arrancó de las tinieblas del analfabetismo y que con su trabajo contribuyó a que esta magnífica bitácora exista. La señorita María Dolores. Una persona de principios férreos, a quien ya le había querido abrir la cabeza algún padre porque ella no veía con buenos ojos la aconfesionalidad de la enseñanza pública y se empeñaba en que los alumnos matriculados en Ética aprendieran el Padrenuestro, el Ave María y el Cuatro esquinitas tiene mi cama. Podemos estar de acuerdo con alguien así o no, pero no se le puede negar ni integridad ni un par de huevos. Cuando empezamos las primeras lecciones vio que yo era un tipo listo y me adelantó un tema del Micho, siendo el líder de la clase. Formación personalizada, a la finlandesa. Un ejemplo de mujer. Acababa el curso 87/88 y, en contubernio con la maestra de la clase de enfrente, los asilvestrados del B, convinieron en organizar un partido de futbito entre los combinados de ambas aulas. El anuncio del próximo encuentro de la máxima, Primero A contra Primero B, fue el acontecimiento del año. Fijado para última hora de un viernes, estuvimos toda la semana pensando, analizando y sopesando nuestras opciones, así como elaborando sesudos análisis tácticos y estratégicos para llevarnos la victoria, a pesar de las continuadas amenazas de que cualquier falta en nuestra conducta nos haría acreedores del castigo consistente en perdernos el partido. Mano de hierro en guante de terciopelo. Estos católicos son unos capos para la represión. La hora previa al derby, sabiendo que estábamos nerviosos y con el cuchillo entre los dientes, la señorita María Dolores cogió una tiza y escribió en la pizarra “DEPORTIVIDAD”. En lugar de tirar de repertorio cristiano y recordarnos unas líneas del “Elogio de la nueva milicia templaria” de San Bernardo, convenciéndonos de que los de enfrente ni eran hijos de Dios ni merecían piedad, nos endilga una parrafada sobre el respeto al adversario, a no reírnos de ellos si ganamos y a poner la otra mejilla en caso de que nos infligieran la derrota. Les juro que mentó, en anatema imperdonable, la palabra derrota antes de un partido. Éramos jóvenes e impresionables. Yo veía aterrado que esa invectiva causaba comprensión y aquiescencia entre mis compañeros. Entonces, me levanté, y ante el silencio de toda la clase, me vi en la obligación de decir: “Señorita María Dolores, todo esto me parece muy bien. Usted sabe que somos iletrados, de pocas luces, gente llana. Sobre todo el imbécil de Téllez, que sólo sirve para coger lagartijas y sacarles los ojos. Puede que lleve razón, señorita María Dolores. Pero quiero decirle una cosa. Si yo pierdo este partido, yo, señorita María Dolores, yo me muero.” No había acabado mi proclama cuando cundió el delirio en el aula. Un aullido unánime de toda la clase “¡¡¡¡¡y nosotros aaaaaaargrrgfrrgr!!!!!” se escuchó en todo el colegio. Sillas y pupitres empezaron a agitarse para meter jaleo y decirles a esos mierdas de enfrente, a esos subhumanos del B, que sería la muerte o la victoria. Las niñas me miraban arrobadas. Mis compañeros me proclamaron capitán. Téllez se enjugó una lágrima. Estábamos preparados. Sigue leyendo

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