Archivo mensual: junio 2012

De aquella vez que nos fuimos al carajo

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Hace quince años Sevilla era una ciudad que se respetaba a sí misma y a sus tradiciones, por lo que el día de San Fernando era festivo. Sí, igual que este año, pero todavía me reconcome el odio al recordar los años en que esa festividad imprescindible la pasaban al martes de feria para que la gente se emborrachase a gusto. Qué menos que honrar la memoria de un señor que nos había devuelto a la fe verdadera, había echado a los moros y que, cuando éstos le dijeron, negociando la rendición, que querían tirar la Giralda porque era una deshonra que los cristianos la convirtieran en campanario, en ese afán tan moruno por derribar torres, don Fernando les advirtió que si cuando entrase en Sevilla al minarete le faltaba un solo ladrillo, haría un Lidice en esta Sodoma del valle del Guadalquivir. Por tanto, cuando suban a la Giralda o al pasear por la plaza Virgen de los Reyes levanten la vista y contemplen el símbolo de la ciudad, digan, siempre, gracias San Fernando por haber salvado esta maravilla de las hordas mahometanas. Decíamos que el 30 de mayo era festivo y, para colmo de dicha, en 1997 cayó en viernes. Puente que te cagas. Así pues, me tiré todo ese primer día de asueto haciendo el vaina en el parque del Alamillo. Al llegar a casa para cenar, sabía que el pajote era inminente, es lo que pega después de haberte tirado el día entero burreado por las niñatas calientapollas de que te sueles rodear, o solíamos rodearnos los que nacimos en un país con dos canales de televisión, que la juventud está echada a perder, a la edad de 16 años. Paso por el salón y mi pobre madre me espeta: “Te han llamado unas siete veces por teléfono. Me parece que era De la Quadra Salcedo”. No, no era nuestro plusmarquista mundial de lanzamiento de jabalina nunca reconocido por la envidia de la IAAF ante el genio español quien quería dar conmigo, sino un amigo que una vez no había tenido mejor ocurrencia que llamar a mi casa a las 5 de la mañana de un lunes, despertar a mi madre, que ésta me despertase a mí, y me dijera, con la alarma pintada en el rostro de una señora católica educada en la creencia de que un timbrazo del teléfono de 12 de la noche a 8 de la mañana es parejo a la trompeta del ángel exterminador, pues sólo puede anunciar muertes, “niño, hay un hijo de la gran puta al teléfono que pregunta por ti. Yo creo que está de coña o borracho, dice que llama desde Guatemala y que cómo ha quedado el Sevilla hoy”. En la ruta Quetzal estaba el angelito, había pasado todo el día rodeado de indios o quién sabe si de algo peor y hasta esa hora no había podido dar con un teléfono. Aquella tarde estuve a punto de no devolverle la llamada porque sospechaba el motivo, pero como sabía que insistiría toda la noche, no tuve otro remedio que descolgar y llamarlo. Ni buenas tardes ni hostias, me larga al coger el teléfono: “Illo, ya tenemos billete y entrada para ir a Oviedo, me debes tres mil pelas, salimos mañana sobre las once del Telepizza”. Sigue leyendo

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