Archivo de la categoría: Literatura exacerbada

La anécdota apasionada

«Los amaneceres posteriores a las derrotas suelen parecerme novelas de ciencia ficción: como el día después del Apocalipsis, cuando aparentemente el mundo debería haber terminado, pero sin embargo allí están algunas criaturas moviéndose y siguiendo con su vida como si nada hubiese ocurrido». Fragmento del libro ‘Once ciudades’.

De un tiempo a esta parte, el rostro de Axel Torres es cada vez más reconocible para el gran público, si es que cabe esa denominación para referirse a la televisión de pago en España. Pero resulta innegable que desde que Bein Sports adquiriera los derechos de la Champions League, y ahora también los de la Liga, su impacto mediático es mayor. Sin olvidarnos, obviamente, de su participación en la emisora más escuchada del país. Pero centrándonos en su faceta televisiva, actualmente presenta el buque insignia de la cadena. Cualquiera que se acerque a ‘El club’ por vez primera se topará con la tristemente novedosa voluntad de dar cabida a todos los equipos, mediante una tertulia sosegada y apoyada en datos y en didácticos análisis tácticos. Eso sí, la imagen que se llevará de Axel Torres será la de un tipo profesional, claro, pero también con la sobriedad como principal rasgo definitorio. Y el que haya seguido su trayectoria lo encontrará circunspecto, casi maniatado. Aunque, supongo, está bien que así sea. Que para algo es el conductor de la charla. No obstante, más allá de las reglas de cada formato, esta versión es llamativa. Sorprende que sea el mismo Axel Torres de las hilarantes digresiones domingueras en Gol Televisión, del jovial Marcador Internacional de Radio Marca o de los inclasificables podcasts que ahora realiza los lunes. Y, por supuesto, su imagen lacónica contrasta con la del autor del maravilloso ‘Once ciudades’.

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Comunicado de vital importancia

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE ¡Camaradas! ¡Obreros, intelectuales, campesinos, miembros del aparato burocrático! ¡Hijos del pueblo todos! Es el Politburó de PEX quien se dirige a ustedes en estas cruciales horas.

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Hacía tiempo que no nos marcábamos un tocho de los de antaño

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Retomamos nuestra sección veraniega por excelencia, aquella que titulamos, en un momento de fecundidad intelectual especialmente feliz, “Literatura exacerbada”. El capitalismo continúa comportándose con su perversidad y mendacidad habituales, por lo que les traemos un volumen que es hijo de esta época despiadada que vivimos: “Soccernomics”. Un libro que, a rebufo de “Freakonomics” y “Moneyball”, pretende dar una visión científica, centrada en el análisis y desde una perspectiva económica, del despropósito que es el fútbol actual, su modelo de negocio, examinar si son ciertas las verdades asumidas sobre este deporte y, echándole un par de huevos, dar unas cuantas predicciones. Stefan Szymanski y Simon Kuper, los listos que escribieron esto, parten de que es un juego injusto, en el que la movilidad vertical entre sus actores es casi imposible. Sin embargo, a pesar de la asunción de esta desigualdad, nunca cuestionarán las reglas que rigen este modelo intrínsecamente abusivo: las leyes capitalistas del mercado. Economista el primero, periodista el segundo, estos representantes de dos sectores profesionales que conforman la hez social por antonomasia, se han visto con tiempo libre ahora que sabemos que la clase obrera siempre será puteada, y se dedican a escribir sobre tonterías como el fútbol. Ya nos veremos en las barricadas. Que en el año 150 DC al cristianismo también se le daba por muerto y enterrado. Cabrones.

Una vez hemos advertido que 2014 no es el fin de la historia y que el materialismo dialéctico seguirá su curso, este sí, inexorable hacia la emancipación del proletariado, podemos decir que el libro está de puta madre. Como el citado “Freakonomics”, ataca a supuestas verdades que nadie cuestiona porque se consideran de sentido común, utilizando herramientas como datos estadísticos y el análisis de regresión. A veces llegan a conclusiones un tanto inexplicables y tienen la decencia de reconocer que ese resultado no se lo creen ni ellos. Porque, además de estar bien escrito, hay mucho sentido del humor. Se lleva montones de palos Islandia (país de 300.000 habitantes que se convirtió en fondo de cobertura para autodestruirse), Italia, la selección inglesa y se atreven a decir algo que es una verdad asumida en todo el continente pero en España es tabú: que la ventaja competitiva del Real Madrid Club de Fútbol se llama Francisco Franco Bahamonde y su incalculable herencia. Sigue leyendo

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Hasta los mongolos tenemos nuestro corazoncito

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Plagiar está a la orden del día. Hay quien saca beneficio de esta laudable aunque denostada actividad. Ahí tienen a George Lucas. Cineasta mediocre, perteneciente a la generación de directores que renovaron el cine americano en los setenta, como Coppola, Scorsese o Spielberg, cuando contaba con más de 30 castañas sólo había filmado dos chorradas como “THX” no sé cuántos y “American Graffiti”, una especie de “Poligoneros” ambientada en los años 50, aburrida y malhablada como una rueda de prensa de un canterano. Consciente de su ínfimo talento en comparación a sus coetáneos, plagia un cuento de hadas que ya había sido un éxito en los años 30 y 40, “El mago de Oz”, situándolo en el espacio, con tiros, hombres perro, buenos porque sí y malos porque son feos y tienen la voz grave. Un despropósito. Como bien señaló Conrad Phillip Kottack, y es que hay que ver el nivelito de la antropología estadounidense,  “La guerra de las galaxias” es una traslación punto por punto de “El mago de Oz”, película casi tan execrable como la primera. Al igual que en todo cuento para chiquillos, el nombre del protagonista debe ser sencillo por mor de la identificación del zagal con el héroe, con apellido ridículo que explique su procedencia o modus operandi. Lo mismo da que sea Juan Sinmiedo, Dorita Vendaval o Lucas Caminantedelasestrellas. Los dos últimos son adolescentes, viven con sus tíos en un entorno árido y les toca un poco la moral estar dejados de la mano de Dios. Llega un viejuno por el páramo, símbolo de todo lo bueno de la figura paterna, que, con sus majaderías e incoherencias, inflama las ganas de jaleo del protagonista, acabando de una vez y para siempre con su ya de por sí menguado sentido común. En el mundo de fantasía donde van a parar se juntan a otros tres imbéciles, más un cuarto bajito, que no habla, está ahí como elemento “cómico”, pero valeroso a la hora de la verdad, que hacen propósito común de las mamarrachadas del héroe. En este nuevo universo todo mola, pero hay rondando por ahí un hijoputa que, en contraposición al viejo que pervierte a la infancia, es el reflejo cabrón que tenemos en el subconsciente de nuestro pobre padre, o pobre madre, que en la de Oz es una bruja. A ese cabrón hay que cargárselo. Ya saben, complejo de Edipo, muerte del padre, irse de una santa vez de casa a buscarse las habichuelas y socialización a través de cuentos ñoños. Dorothy y Luke tienen que entrar en la fortaleza de la madre/padre y repartir jarilla. ¿Cómo? Sencillo, cogemos a dos guardias, que serán invariablemente lerdos, les quitamos los uniformes a hostias y ya estamos dentro de la inexpugnable guarida. Pasaremos por alto otras inquietantes similitudes como las casi idénticas muertes de la bruja mala de no sé dónde y de Obi Wan Kenobi, para acabar con un final en el que, cuando parece todo más perdido que un partido en el Sadar con Pérez Lasa como director de la contienda, un hada o un jedi le dice al prota que la solución está dentro de él, o la lleva puesta, que las mujeres no tienen 300 pares de zapatos perfectamente inservibles porque lo lleven en los genes sino porque las pobres sufren un bombardeo desde niñas por desalmados que elaboran estos mensajes consumistas e irresponsables, me cago en Don Draper, solucionándose el asunto a través de la magia. Con dos cojones. Un deus ex machina como la catedral de Burgos. Y estas cosas venden no sólo entre niños y se consideran películas de culto. Su puta madre, hombre.

Ya ven, todo es plagio. Por eso no nos incomoda reconocer que llevamos casi un año plagiando artículo tras artículo: a la nunca suficientemente ponderada ni alabada RBBE, a Íñigo Domínguez, a Enric González o, en mi caso párrafos enteros, sin el menor recato, a Nick Hornby y su obra maestra “Fiebre en las gradas” que pasamos a comentarles en esta sección dedicada a las buenas letras.

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Kahn era una hermanita de la caridad

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Como ya advirtió hace casi un siglo el (en pie) camarada Lenin, el imperialismo es la fase superior del capitalismo. Unos años antes se había preguntado también ¿Qué hacer? ante tal estado de cosas, para acabar con la plutocracia que atenaza a la clase obrera. La respuesta nunca, jamás, en ningún caso, ni de puta coña, es organizar batukadas. No, caceroladas tampoco. Pero ustedes verán. De la lectura de las obras indubitables del (en pie) camarada Lenin podemos inferir que el capitalismo agonizante deviene en fascismo. Eso ya lo sabe hasta el más inocente, que nunca escarmentáis en cabeza ajena. Sin embargo, entre los mecanismos de defensa del capital, aparte de apalear a menores de edad por pedir calefacción en sus centros educativos, hay una extensa gama de soluciones intermedias, una de las cuales, de las más en boga y gilipollescas, es cambiarle el nombre a las cosas para que parezcan nuevas, modernas, respetuosas con el medio ambiente, con los pajaritos y hasta con los becarios. Así confunden al proletariado y ganan tiempo. Esto se hace hasta con lo más nimio y accesorio. Por ejemplo, engañifa por la que se supone vas a sentirte en total armonía con el cosmos por el simple medio de beber agua con sal a precio de Möet: wellness. Parecer un yanomami con un montón de argollas en sitios dolorosísimos, que te desfiguran por completo rostro, orejas y partes pudendas: piercing. Pintarse la piel con motivos que escandalizarían a la madre de un travesti adolescente asalariado en un burdel de Macao: tattoo. Fotos con letreros supuestamente graciosos: meme. Un teléfono móvil inmenso que no cabe en ningún bolsillo, con un montón de aplicaciones chorras que nunca vas a usar pero que se beben la batería en 24 horas: smartphone. Y un aparato electrónico que viene a cubrir una necesidad incomprensiblemente desatendida durante milenios como es la lectura: e-reader. Detengámonos en este último. El anuncio que enlazamos es magnífico, fotograma a fotograma. “Nuevo e-reader”. Cuidao. No es un libro de mierda, que eso no mola nada. Es un e-reader y, encima, nuevo. Cool hasta vomitar. Lo saca de su mochila un chavalote que parece que está sentado en la escalinata del monumento a Lincoln aunque a este lado del Atlántico la alusión patriótica pierda un poco y quede la impresión de que es un universitario de alguna institución de postín y solera. Pero ojo, no es un descerebrado que sustancia su vida en el botellón, la juerga y los estupefacientes, pues lleva un palestino. Es un tipo comprometido con los más débiles que además, fíjense a qué extremos llega en su lucha e idealismo, lee. A punto ya de cascarme un pajote ante la visión de este efebo acrisolado por lo mejor de las virtudes occidentales, el chaval se pone a leer un Noah Chomsky en una cosa que es pequeña, ligera y fácil de usar. No como los libros de bolsillo, que con ese funcionamiento tan enrevesado no hay quien los entienda. Siguen una serie de ventajas como que no tiene reflejos ni a plena luz del sol (¿cómo leería antes la gente en la playa un 15 de julio, por el amor de Dios?), que pesa poco y que lo puedes leer en una barca o con un puto perro dando por culo para que lo pasees, esa actividad hoy conocida como dogging. Pero nuestra virtud favorita es que puede almacenar hasta 1400 libros. Aquí se le ven las costuras a los amigos de Amazon y que el artilugio está dirigido a capullos que mueren por tener lo último aunque no sirva para nada. Porque, ¿ustedes saben lo que son 1400 libros? Una atrocidad. Eso no se lo lee alguien normal ni en tres vidas. Si aquí, en esta casa, abanderada de la cultura, entre todos los redactores nos habremos leído ocho libros tirando por lo alto. Yo cumplo con la media, dos libros. La maricona desertora del maño, el de las previas, que prefirió el sucio parné a la gloria de PEX y es que la culpa es nuestra por fiar nuestras ilusiones en gente que se pone un pañuelo horroroso en la cabeza, dan saltitos y su patrona, más que una Virgen como Dios manda, es un llavero, no se leyó nada en su vida, lo que no es de extrañar en vista de sus preferencias y de lo saludable de su vida laboral. Después hay dos pedantes que suben la media. ¿Cuánto me costó el acceder a esas lecturas que han asentado mi personalidad y dado nuevas perspectivas vitales al ente que conformo? Cero euros. Y cero pesetas, está bien dejarlo claro ahora que parece que volveremos a nuestra anterior y añorada divisa. Un libro robado y el otro heredado. Chúpate esa, Amazon. Porque a ver quién hereda un e-reader, un iPad o un smartphone. Con lo que les dura la batería, con suerte, aguantan 3 años. ¿Cien pavos, perdón, unos tres mil duros os voy a dar por la cara? A robar al monte, cabrones. Sigue leyendo

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