PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Plagiar está a la orden del día. Hay quien saca beneficio de esta laudable aunque denostada actividad. Ahí tienen a George Lucas. Cineasta mediocre, perteneciente a la generación de directores que renovaron el cine americano en los setenta, como Coppola, Scorsese o Spielberg, cuando contaba con más de 30 castañas sólo había filmado dos chorradas como “THX” no sé cuántos y “American Graffiti”, una especie de “Poligoneros” ambientada en los años 50, aburrida y malhablada como una rueda de prensa de un canterano. Consciente de su ínfimo talento en comparación a sus coetáneos, plagia un cuento de hadas que ya había sido un éxito en los años 30 y 40, “El mago de Oz”, situándolo en el espacio, con tiros, hombres perro, buenos porque sí y malos porque son feos y tienen la voz grave. Un despropósito. Como bien señaló Conrad Phillip Kottack, y es que hay que ver el nivelito de la antropología estadounidense, “La guerra de las galaxias” es una traslación punto por punto de “El mago de Oz”, película casi tan execrable como la primera. Al igual que en todo cuento para chiquillos, el nombre del protagonista debe ser sencillo por mor de la identificación del zagal con el héroe, con apellido ridículo que explique su procedencia o modus operandi. Lo mismo da que sea Juan Sinmiedo, Dorita Vendaval o Lucas Caminantedelasestrellas. Los dos últimos son adolescentes, viven con sus tíos en un entorno árido y les toca un poco la moral estar dejados de la mano de Dios. Llega un viejuno por el páramo, símbolo de todo lo bueno de la figura paterna, que, con sus majaderías e incoherencias, inflama las ganas de jaleo del protagonista, acabando de una vez y para siempre con su ya de por sí menguado sentido común. En el mundo de fantasía donde van a parar se juntan a otros tres imbéciles, más un cuarto bajito, que no habla, está ahí como elemento “cómico”, pero valeroso a la hora de la verdad, que hacen propósito común de las mamarrachadas del héroe. En este nuevo universo todo mola, pero hay rondando por ahí un hijoputa que, en contraposición al viejo que pervierte a la infancia, es el reflejo cabrón que tenemos en el subconsciente de nuestro pobre padre, o pobre madre, que en la de Oz es una bruja. A ese cabrón hay que cargárselo. Ya saben, complejo de Edipo, muerte del padre, irse de una santa vez de casa a buscarse las habichuelas y socialización a través de cuentos ñoños. Dorothy y Luke tienen que entrar en la fortaleza de la madre/padre y repartir jarilla. ¿Cómo? Sencillo, cogemos a dos guardias, que serán invariablemente lerdos, les quitamos los uniformes a hostias y ya estamos dentro de la inexpugnable guarida. Pasaremos por alto otras inquietantes similitudes como las casi idénticas muertes de la bruja mala de no sé dónde y de Obi Wan Kenobi, para acabar con un final en el que, cuando parece todo más perdido que un partido en el Sadar con Pérez Lasa como director de la contienda, un hada o un jedi le dice al prota que la solución está dentro de él, o la lleva puesta, que las mujeres no tienen 300 pares de zapatos perfectamente inservibles porque lo lleven en los genes sino porque las pobres sufren un bombardeo desde niñas por desalmados que elaboran estos mensajes consumistas e irresponsables, me cago en Don Draper, solucionándose el asunto a través de la magia. Con dos cojones. Un deus ex machina como la catedral de Burgos. Y estas cosas venden no sólo entre niños y se consideran películas de culto. Su puta madre, hombre.
Ya ven, todo es plagio. Por eso no nos incomoda reconocer que llevamos casi un año plagiando artículo tras artículo: a la nunca suficientemente ponderada ni alabada RBBE, a Íñigo Domínguez, a Enric González o, en mi caso párrafos enteros, sin el menor recato, a Nick Hornby y su obra maestra “Fiebre en las gradas” que pasamos a comentarles en esta sección dedicada a las buenas letras.
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