Amor en los tiempos de la puta mierda

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE A todos nos ha pasado. Conoces a una tía que escucha todas tus gracietas, que te mira con media sonrisa, la cara apoyada en la muñeca, que te pone ojitos de Fernando Torres degollado. Empiezas a no pensar en ella como en alguien percutible, alguien a quien darle hasta vomitar, no se te pasa por la cabeza hacerle la del oficinista, esto es, rellenarla por todos los poros como si fuera un formulario. No. Piensas que te gustaría estar con ella, cogerla de la manita, darle besos y otros preámbulos absurdos que sólo llevan a una manutención de por vida para ella, los niños, el que te pone los cuernos y su cuñado. Incluso te parecen interesantes y agudas sus vindicaciones sobre las marcas blancas del Día. Si encima llegas a casa y te da pudor hacerte una paja pensando en ella, porque lo vuestro es demasiado bonito para estos desahogos rudimentarios y sería usarla como un vulgar instrumento que palie tu lascivia, date por jodido. Afortunadamente, estas actitudes acaban, más o menos, con la llegada del derecho a voto y la responsabilidad penal. Cuánto daño hizo el mester de juglaría. O Andy y Lucas, si usted no es asiduo lector de esta casa.

Con los ídolos de la infancia viene a pasar lo mismo. En el, sin duda para la historia, verano de 1988, el Sevilla se hace con los servicios de Anton Polster. Un tío alto, alemán, o austriaco, lo mismo da, con melenita ochentera, rizada, un discreto “mullet” y que había sido bota de plata europea metiendo nada menos que 39 goles en la todopoderosa liga austriaca. No llegó a bota de oro porque el Conducator era mucho Conducator, aunque una vez fusilado éste y señora, se la dieron. Le hicieron un Gadafi con 22 años de antelación, al pobre hombre; comerle la polla en vida, o en el cargo, para después decir que era un cabrón; y quien dice hacer un Gadafi, dice un don Manué. Para cuadrar el círculo, venía nada menos que de Italia, de un equipo con camiseta granate (¡GRANATE!) lo que era algo extraordinario para un desgraciado como el que suscribe que seguía una liga en la que todos jugaban de rayas o de blanco. Acostumbrado a tener como delantero centro a gentuza de Alcalá, El Puerto de Santa María u otros lugares que deberían arder bajo fuego y azufre en veterotestamentaria venganza, que te llegara un ariete de esas características era para empezar a pensar que sí, que no eras tan malo y tan cabrón como decía tu abuela, que había algo nuevo bajo el sol, que las abejas pican pero fabrican miel, que Dios está con nosotros.

La Lo vi jugar por primera vez en una de esas sodomas de más arriba. Un amistoso en Alcalá de Guadaira, en el mágico por siempre 9 de agosto de 1988. Metió uno de penalty. Para mí ganar fuera de casa era algo equivalente al paso del cometa Halley, al que le dije adiós dos años antes con el acojonante trauma encima de saber que la próxima vez que pasara por Sevilla yo llevaría ya unos años, o lustros, en el patio de los callaítos. Fui consciente de la fugacidad de mi paso por esta vida. Por tanto, salí del “estadio” con los cojones como cocos. Habíamos ganado fuera de casa, conmigo en la grada, diez duros y una bicicleta Orbea era todo lo que necesitaba para sentirme libre como el viento y encima, el segundo gol, lo había marcado Antoñito. El de Villarrobledo. Algo estaba cambiando.

Dos días después, la confirmación de lo irrefutable de mis sabios presagios. Volvía de la playa al piso que tenía por Cádiz mi tía, en el Opel Corsa de mi viejo, escuchando la radio que, no sé por qué extraño azar, estaba emitiendo en directo la final del trofeo Ciudad de Estella, entre Osasuna y Sevilla. No nos bajamos del coche hasta que se llegó al final del partido, con su prórroga y su tanda de penalties incluida. Ganamos; y al ver la reacción de la peña, me dije, hostia, que hemos ganado un título. Tantos años de travesía por el desierto se veían ahora colmados hasta las heces por un rutilante Ciudad de Estella. Empecé a pegarle pedradas al camaleón que había cogido unos días antes en un pinar adyacente a la urbanización hasta que, en vista de mi mirada perdida, mis risotadas desquiciantes y del previsible paquete del Seprona, me dijeron que ganar aquello era como ganar en Alcalá. Yo, suspicaz, sabiéndome poseedor de una verdad revelada, no me lo creí; mas accedí a deponer mi actitud. Un título, digan lo que digan. ¿Y quién había marcado el gol del empate en el minuto 76? Anton Polster.

Ya no veía más allá que por este señor. Que nos den la liga ya. Cuando me dijeron que Polster se había enamorado de ciudad y afición en un España-Austria valedero para la clasificación para la Eurocopa de naciones de 1988, no pensé lo que cualquiera piensa ya a una edad, es decir, sí, los cojones, que si te hubieran querido en Turín ibas a estar aquí, que tú ahora eres sevillista desde chiquitito. Pensé que qué huevos, un austriaco sevillista. Me imaginaba su infancia en una cabaña, entre montañas, siempre en medio de ventiscas, con el pobre Anton dando vueltas a la antena de su radio de onda corta para poder sintonizar mejor el Carrusel Deportivo, dirigido y presentado por el gran Vicente Marco, y poder enterarse de cómo había quedado su equipo del alma, mientras cuidaba de su barbudo abuelo, saliendo a pastorear con su San Bernardo que, caracol que veía, caracol que se zampaba. Todo esto ante la incomprensión, o las burlas, de los cabreros colindantes y de su amigo Pedro, extraño y alelado muchacho de un solo incisivo, que tenía una abuela medio ciega que daba bastante cosica, pero era una santa. Un mártir del sevillismo el pequeño Polster, que ahora veía cumplido su sueño.

Comienza la liga. El 3-0 que nos cascan en Bilbao lo tomé por un accidente sin importancia. Primer partido en casa, contra el recién ascendido Real Oviedo. Me motivaba mucho ver a recién ascendidos, eso de ver equipos nuevos siempre me ha molado. Ganamos, con gol del austriaco y remontando. Si para mí ganar fuera era algo impensable, remontar un resultado adverso era como la venganza catalana de Roger de Flor y sus muchachos. No se hacen prisioneros varones mayores de diez años; Dios sabrá proteger a los suyos. Poco después, contra el Atlético de Madrid, Polster mete uno de los golazos más impresionantes que se han visto en el Sánchez-Pizjuán en su puta historia de, hasta entonces y hasta 18 años después, mierdas, fracasos y decepciones. Ponemos el partido contra el Elche un domingo a las 11.30 de la mañana, no por imperativo de Roures, sino para que él pudiera jugar ya que tenía partido de Austria contra la URSS esa semana. Y se le meten sólo cuatro a los ilicitanos, metiendo Polster uno y dando otro. Goleamos al Betis en su casa, se gana por sistema en la nuestra, nos ponemos terceros como clara alternativa a los dos hijos de puta de siempre, todo ello capitaneados en el ataque por esta mala bestia. Hasta que llega esta portada de ABC.

Dispuestos, como un solo hombre, a hacerle la cama a Azckargorta.

Aunque suene a coña que con Cholo, Choya o Mino se optase al título, les aseguro que ese equipo, hasta ese puto día, había bordado el fútbol. Y que eso eran los 80, cuando el fichaje estrella de un Real Madrid era un defensa del Real Murcia de nombre Tendillo. Tener tres extranjeros internacionales estaba al alcance de muy pocos equipos; de ese calibre, de muy poquitos. Una vez hecha la pertinente aclaración logsera, una última admonición. ¿Han visto bien la portada? ¿Han anotado la fecha? 30-11-88. Pues bien, no se volvió a ganar con una solvencia medio seria hasta el domingo de resurrección del año siguiente. Demos gracias al Señor de que aquel año ese esplendoroso día cayó bien tempranito, 26 de marzo. El equipo se fue al carajo tan rápido y tan inexorablemente como la virtud de una Erasmus el primer sábado noche que pasa en su destino. Con el Sevilla, por supuesto, también nuestro homenajeado de hoy. En el arduo trabajo de investigación que subyace a cada artículo de esta corresponsalía (empaparme de la hemeroteca del ABC y andando) hemos dado con entrevistas de opinión en las que se llegaba a pedir que Polster jugara por la izquierda. Claro que era una ronda de preguntas a miembros de la Federación de Peñas que, créanlo o no, a pesar de su historial de inconformismo y combatividad para con el poder establecido, no le echaban la culpa de la situación, en ningún caso, a la directiva.

En fin, la temporada se fue bien pronto al carajo y quedamos donde solíamos: novenos. Polster llegó a nueve goles. Pero recuerden el proemio o introducción a este artículo. El amor mueve montañas. El primer amor, continentes. O, en palabras de Scorpions, y en las mías de entonces de haber sabido inglés: I still loving you. La falta de criterio, conocimiento, discernimiento y simple sentido común es la madre de la fe.

Pero, al contrario de usted, querido lector, que recuerda los cuernos con que le adornaron a la tierna edad de 17 años por haber confiado en su primer amor, yo hice bien. Perseveré. Me dije, yo me cago en todo, repámpanos, lo de este año no ha sido normal. Vamos a ver el año que viene. Y el muy hijo de puta del austriaco no es que no me defraudara, es que me devolvió ciento por uno. Coge y mete 33 goles en un solo año. Yo no he vuelto a ver una bestia goleando igual. De cabeza, de falta, de penalty, regateando al portero, de bimbazo inapelable. De lo que fuera. Y cada vez que marcaba en gol norte se iba hacia uno de los postes de las redes de protección que aún hoy están sólo en esa grada, se subía a una valla y, sin hacer un Palermo, nos dedicaba el gol puño en alto. Yo sabía que me lo dedicaba a mí, claro. Que había confiado en él, que era un tarado que lo defendió contra viento y marea, que le partí una silla a mi primo en la cabeza por dudar de su calidad. Encima, todos esos goles valieron para clasificarnos para la UEFA. El último partido en casa sucedió algo que no he vuelto a vivir. Fui tranquilísimo al estadio porque ya estaba decidida nuestra clasificación, que era la del objetivo a primeros de temporada. En la puta vida, en primera, he vuelto a ver nada igual. Me la peló que la Real nos ganara.

Al año siguiente la cosa cambió. Los números no fueron malos (13 goles) pero se veía a la legua que esto se acababa. Se había perdido la conexión con la grada, esa conexión que los tuercebotas nunca pierden pero que en este equipo los genios pierden a la mínima, y se termina yendo al Logroñés. Un tío que te mete 33 goles en un año se te va al Logroñés. Al puto Logroñés. Si es que aquí también merecemos nuestra racioncita de plaga bíblica como hay Dios.

El recuerdo, sin embargo, ahí está. Ni un sólo gañán que se haya puesto esa camiseta ha vuelto a hacerme tan feliz como Anton Polster. Como la primera que te echa mano a la bragueta y te dice, tú tranqui que la fimosis te la curo yo en tres minutos, nunca voy a olvidarlo. Tenía calidad, velocidad, visión de juego, pinta de cantante de la época. Era hasta ario, coño. Después siempre vienen otras, algunas que son mucho mejores por todo, por su conversación, por su sentido del humor, por su calidad innata a la hora de meterse cosas en la boca. O que te aportan más. Pero como la primera, ninguna.

10 comentarios

Archivado bajo Memorabilia, Pajas y mamadas

10 Respuestas a “Amor en los tiempos de la puta mierda

  1. Parker

    Este blog es lo mejor que ha parido «la internet» en «clave seviller» desde que Zydrunas abrió sevillagrande.com.

    Enhorabuena a sus autores.

  2. Camilo Sexto

    Pedazo de artículo. Cada párrafo es una obra de arte.

  3. AriBenCanaan

    Lo mejor que ha parido en «clave seviller» y en «clave tudo» desde la RBBE y DiarioYoya.

    Salut!

  4. Recibir comentarios sin faltas de ortografía es un oasis en el páramo de internet. A los navarros nos remitimos. Si ya provienen de visitantes tan ilustres como los de esta entrada, miel sobre hojuelas.

    Pónganse cómodos.

  5. linZeak

    Casi muero sólo con el primer párrafo, mejor entrada hasta ahora. Y me quedo con esta perla:

    «Se había perdido la conexión con la grada, esa conexión que los tuercebotas nunca pierden pero que en este equipo los genios pierden a la mínima»

    Tremendo.

  6. Qué grande el artículo. Anton Polster, uno de los ídolos más grandes que he tenido y que jamás tendré. Lo tenía todo para encandilarnos en aquella época, con sus greñas ochenteras y cadenacas en la parte estética, y una capacidad para meter goles que pocas veces he visto.

    Qué mamón el Polster, jugó tres temporadas y por las de anécdotas que dejó parece que fueron catorce.

    Los cabrones de los representantes como siempre, jodiendo. Todavía no me entra en la cabeza que un tío de su talla llegase al Logroñés y al Rayo Vallecano.

  7. Desde el Norte con amor

    Magnífico no, lo siguiente.

  8. Pingback: Cubatas, golfas, griegos y compresas | Palanganismo exacerbado

  9. Viendo el vídeo, lágrimas como garzbanzos me caen por la cara.
    Saludos

  10. Anónimo

    No he podido ver el video, pero lo que es el articulo, es de diez. Estoy de acuerdo con cada palabra escrita.
    Ya podia coger la pelota de espaldas a la porteria a 15-20 metros de la linea del area grande y te levantabas porque sabias que aquello era gol.
    un saludo.

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