Una sola hostia para dominarlos a todos

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE Pero qué bien montado tienen todo el tinglado esta pandilla de hijos de puta para que nadie diga ni mu, se acomode con lo que haya y todo se vea bien. Fíjense, por ejemplo, en las listas de libros más vendidos. Gilipolleces de Paulo Coelho, mamonadas de autoayuda cuyo mensaje es todo va bien, la culpa es tuya por preocuparte por el copago, relájate, idiotízate y disfruta cuando te la metamos bien metida por el culo. Pensamiento positivo, lo llaman. O las perlas de inefable sabiduría oriental, tan “chics” ellas y tan útiles para el mantenimiento del statu quo; por ejemplo, Lao Tsé: El hombre corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla. Todo un revolucionario, sí señor.

Claro que siempre hay personas a las que, si bien en un primer momento uno se dice, “vaya cómo se le ha ido la cabeza al colega”, porque no entendemos sus inescrutables actos, luego, con el tiempo, comprendemos que su sacrificio fue en bien de la humanidad entera. Verbigracia: don Antonio Pinilla Barceló, comandante militar de Gijón. Se subleva en el cuartel de Simancas en julio del 36 acompañado de cuatro muertos de hambre. Aguanta poco más de un mes (serían cuatro desgraciados y un fanático, pero los de enfrente eran eficacísimos milicianos, háganse cargo. Lo raro es que no resistiera a lo Moscardó hasta que levantaran el cerco) apoyado desde la costa por el crucero “Almirante Cervera”. El día del asalto final, el amigo Pinilla coge la radio y transmite lo siguiente a los barcos que bombardeaban Gijón en su auxilio: “La defensa es imposible. El cuartel está en llamas y el enemigo está empezando a entrar. ¡Tirad sobre  nosotros!”. Con un par de huevos. Como apostilla el pobrecillo de Hugh Thomas, que se le adivina que se pone las manos en la cabeza como diciéndose, joder qué país me dio por estudiar, mensaje digno de la antigua Roma. ¿Para qué sirvió aquello? Prácticamente para palmar y punto, pero los símbolos son necesarios, joder. Además de inmovilizar una gran cantidad de hombres, armamento y material que se dirigía, en exclusiva y como muestra de la ya reseñada eficiencia republicana, hacia un cuartel con nula importancia estratégica en una zona de neta superioridad numérica de la hidra roja.

Último ejemplo de que siempre hay héroes a los que se la suda Jorge Bucay, el versallismo y la metrosexualidad. Que, de paso, es el motivo del artículo. Diecinueve de noviembre de 2000. Juega el Sevilla en el entonces estadio Manuel Ruiz de Lopera, hoy Benito Villamarín, antes Benito Villamarín, antes estadio de la Exposición del 29, y qué sé yo cuántos nombres más. A este recinto le pasa algo parecido al chiste sobre el hotel de Berlín Este donde se alojan los enviados rusos de “Uno, dos, tres” de Billy Wilder. Se llamaba gran hotel Potemkin, que antes era el gran hotel Göring y mucho antes el gran hotel Bismarck; con el indudable mérito para los de verde y blanco de no ser de Europa del Este. En fin, que había derby en la pocilga, para entendernos. La primera parte fue un poema; el Sevilla no llegaba ni de broma a la portería de Prats, y Capi, chavalito de la cantera, nos estaba dando un por culo curioso jugando entre líneas. A los dos minutos de empezar el segundo tiempo pasa lo que tenía que pasar, nos meten el primero, obra, encima, de Capi. El Sevilla se espabila y una internada por la banda del incomprendido y recordado Alfredo Lobeiras, alias Fredi, culmina con un remate de Tevenet que pone el empate en el marcador.  Para cómo se habían dado las cosas, no estaba mal. Pero aquí surge el héroe nietzscheano al que se la pela el empate, que sólo quiere ganar, goleando, y que si se pierde, que los de enfrente no puedan celebrarlo por las múltiples contusiones que padecen. La bestia rubia, el Übermensch.

Había llegado don Pablo Alfaro Armengot, el verano anterior, libre desde el Mérida, descendido a Segunda B por impagos, por lo que pudo rescindir su contrato. Tenía una oferta previa del Iraklis griego que amenazó con denunciar ante la UEFA el fichaje por duplicidad de contrato. O no sé si lo llegaron a denunciar y todo; qué más da, para el caso que le hacen a los griegos las instituciones europeas. El caso es que nada más llegar se hizo el puto amo del cotarro, capitán y titular indiscutible. No es por marcarme un yoyalodije, pero desde las dos temporadas anteriores en Segunda me olía yo que el cabronazo que tenía el Mérida en el centro de la zaga era un tipo interesante y que podía salir barato. Ni yoyalodije ni hostias porque no era ningún desconocido, había jugado bastantes años en Primera en equipos importantes. Sí lo es, y juro que es cierto, que también me molaba cierto central muy castigado por las lesiones que entonces jugaba en el Elche. De ese otro adalid del sevillismo ya nos ocuparemos extensamente en esta casa, faltaría más.

El capitán de aquel equipo llamado a “ser el tapado de Segunda” o a “moverse por la zona tranquila de la categoría” empezó bien. Ya había dejado muestras de su valía en la impresionante patada, de esas que tus propios hinchas se dicen para sí, con las manos en la cabeza, “VAYA HOSTIA”, que le propinó a Ettien en el Ciudad de Valencia. Aquel 19-11-00 no iba a ser menos. Corría el minuto 65. Belenguer abre a banda para Cañas, que pasa a Capi. A Alfaro un velo rojo de sangre le nubla la vista. Piensa, “ya está bien, hombre, por Dios, ya está bien”. Va a por el balón a anticiparse el de verdiblanco que no paraba de joder la marrana. Se tira al suelo, larga su pierna izquierda, la buena, y le pone los tacos en los ligamentos externos de la rodilla al 14 de ellos. Arte en movimiento. Como el incendio de Roma, la querella de las Investiduras, la llegada de Lenin a Petrogrado o el cabezazo de Luis Fabiano en Eindhoven. Momentos para la historia en los que, a pesar de saber que del paso del ser humano sobre la tierra no quedará nada una vez que el Sol se convierta en una gigante roja y engulla nuestro planeta, uno se percata de que hay acciones del hombre que merecen perdurar por siempre.

Evidentemente, nos quedamos con 10. Por supuesto, ellos se quedan sin Capi. Entonces el Sevilla, espoleado por la inefable visión de un compañero que se inmola para contribuir con su sacrificio a un bien común más elevado, despreciando su mera condición de individuo y tomando sin vacilar la palma del martirio, empieza a jugar a la pelota, se provoca un penalty (nada menos que Marcelito Otero), les expulsan a Prats y el resto ya lo conocen ustedes.

A partir del domingo siguiente, un hombre que, aunque ya era apreciado por la afición, nunca se había coreado su nombre, empieza a escuchar el cántico que ya jamás le abandonaría en su andadura como sevillista: Pablo Alfaro es nuestro líder. El pueblo, sabio como es, supo apreciar la inmolación de su capitán. Después de aquella indescriptible mañana en Heliópolis, ascenso, sempiterna capitanía, clasificaciones para la UEFA, persecuciones mediáticas, el cariño incondicional de todo el sevillismo y hostias, hostias, muchísimas hostias para solaz y entretenimiento de la parroquia. Don Pablo Alfaro Armengot, ¡PRESENTE!