¡Viva la muerte! (I)

Nota de la redacción: Continuamos con las aventuras de don Joaquín Caparrós. Esta segunda entrega, debido a la insania desenfrenada de nuestro corresponsal, es demasiado extensa para ser publicada de una vez. Por tanto, la dividimos en dos partes. Esperemos que no se nos líen.

PEX CORRESPONSALÍA SANTIPONCE (Viene de la primera parte) Siempre quise morir así. Diez de agosto, día de San Lorenzo, un pueblecito de Extremadura o Castilla La Vieja. Un toro de la ganadería del Duque de Veragua, cárdeno claro, bragao, meano y bocinero, 578 kilos, de nombre “Navajazos”, tras haber recibido ocho picas y cobrado la vida de cinco caballos, en la suerte suprema, entrando a matar al volapié me engancha la pierna derecha con su pitón izquierdo para, mientras yo le doy muerte con una certera estocada, él dármela a mí destrozándome con su embestida la arteria femoral. En la plaza no hay enfermería y el pueblo es de esos donde las inyecciones las pone el barbero. Trasladado al casino, soy acomodado en una mesa de billar en la que el cirujano-barbero hace lo que humanamente está en su mano. Con una inclinación de ojos da a entender a mi apoderado que no hay nada que rascar. Me mira, entiendo la situación y hago llamar a la cuadrilla, que espera en la sala vecina. Entran todos cabizbajos mientras doy las últimas disposiciones a mi mozo de espadas. Mi casa de la calle Monsalves, para mi santa madre. El cortijo que tengo a las afueras de Sevilla, cerca del camino de Córdoba, en una zona de huertas feraces, llamada, por mal nombre, de Pino Montano, para mi señora. Y para mi quería, el monto íntegro de mis diez últimos contratos. A ver si ese dinero puede servir para que no vuelva a la mala vida en la que la encontré. Con el semblante ceniciento del sudario que ya me aguarda, principio a despedirme de mis hombres. El último es Manolito, el picaor, mariconcito él y hombre cabal de arriba a abajo, que no puede reprimir dos lágrimas como dos cocos que le caen por sus carrillos de buen comer. Con Dios, Manuel. Siempre nos quedará la botella de anís del Mono en aquella fonda de Navalmoral de la Mata, de lo que ya quedas tú solo como mudo testigo. Entonces el mozo de espadas, siempre serio, con su traje negro y su camisa blanca abierta sobre el pecho dejando ver cadenas y relicarios dorados, dirigiendo al cielo raso su rostro cetrino surcado de cicatrices de novillero sin suerte, me coge la mano, siento en la espalda el frío de mil amaneceres de enero, y acabo susurrándole al oído, como últimas palabras, “qué disgusto más grande se va a llevar mi madre cuando se entere”.

¿Hay final más grande para un tío, me cago en Dios? Pues en lugar de eso nací ochenta años tarde en un mundo de abstemios, no fumadores, ecologistas y maricones, y aquí me tienen. Escribiendo barrabasadas y destinado a una muerte vulgar y corriente. Al menos espero que sea violenta. Prefiero morir gratis y al aire libre; no entre cuatro paredes torturado por médicos, especialistas y parientes pidiendo a gritos el derecho a la eutanasia en vista del facturón que se les viene encima. Llevo dándole vueltas a la mejor y más honorable manera de palmar desde los cuatro años, lo que no implica que esté loco. Al contrario, tarados son los que se emperran en darle tan mala prensa a la muerte, cuando es la que de verdad le confiere alegría a todo el asunto. Es como la regla del fuera de juego; a priori, una putada, pero sin ella el fútbol sería una estupidez. Joseph Cartaphilus lo dijo en su manuscrito; un inmortal acaba pasando de todo, pues sabe que en un plazo infinito tiene que ocurrirle, necesariamente, todo. Un mojón de existencia, no me jodan. El hombre, además, es la única criatura consciente de su final. Esto lo convierte en el ser más ruin, abyecto, cruel, cobarde y miserable de la creación. Sin embargo, en naturalezas sublimes que se alzan desde el fango del que proviene lo humano para alcanzar la excelencia, la certeza de un fin próximo representa el acicate para mostrar todo lo elevado a que puede aspirar un hombre. La muerte del Sevilla era una posibilidad muy cercana en septiembre de 2000. A nuestro lado teníamos al héroe homérico que nos sacaría de la más puritita mierda: don Joaquín Caparrós Camino.

Yo ya había decidido que si no subíamos me tiraba por el balcón de mi casa y a tomar por culo. Porque ahora se ve fácil el ascenso de 2001; ahora parece que aquello fue un paseo militar. Pero si no subíamos nos íbamos al mismísimo carajo. O, en su defecto, al Olímpico, lo que no sé si incluso hubiera sido peor. Aquella Segunda División era la más fuerte de la historia, con tres campeones de Liga peleando por el ascenso, más una serie de equipos muy bien armados y con un presupuesto superior, en muchos casos, al de clubes que militaban en Primera. Lo teníamos más chungo que Sáenz de Ynestrillas en un concierto de Banda Bassotti. Así pues, me di por muerto. Tenía una prórroga de nueve meses, pero visto lo visto en Pilas, intuía que del talegazo desde un séptimo piso no me libraba ni Dios. Lo dejé todo y me entregué a perversiones sin cuento que ya relataré en otro lugar, que este artículo no va de orgías con travestis, trapicheo de base ni pajas culeras. Y los domingos, iba al fútbol, a quitar hojas del calendario que se me iba acabando. Pero ahí estaba JC, que iba a enseñarme que él era el camino, la verdad y la vida.

Con el ánimo disoluto que me embargaba en aquellas negras horas de mi transitar por este bodrio de mundo me encaminé al Ramón Sánchez-Pizjuán el 3 de septiembre de 2000 a ver qué me encontraba y fue esto: Olsen; César, Loren II, Pablo Alfaro, David; Gallardo, Francisco, Taira, Fredi; Tevenet y Otero en un patatal que decían era un terreno de juego. Di gracias a que no soy aficionado a subir escaleras y siempre he preferido ver el fútbol en grada baja; con esa alineación me entraron ganas de dejarme de prórrogas y hacer un bonito collage con mi cerebro en la acera de Luis Arenas Ladislao, porque pretender ascender con esa banda era pensar en lo excusado. El partido fue horrible, bochornoso, lamentable, execrable, ominoso y embrutecedor. Pero coño, ganamos. No sólo ese, al Real Murcia, sino que comenzamos la liga como un tiro. Caparrós siempre ha sido muy amigo de empezar repartiendo fuerte y sin contemplaciones. Ahí está el 4-0 al Madrid en la primera parte de la 2003/04 o cómo salió el Athletic Club contra el Barcelona en la final de Copa de 2009. Y, ya que no se ofrecía mucho espectáculo en el césped, había diversión febril en la sala de prensa. En la segunda jornada ya empezaron a largar Alfaro y Caparrós de Atlético y Betis, que habían empezado la temporada titubeantes. En la cuarta, con la visita del Lleida, se saca lo de la prima de don Manué y se presenta el partido como la hora de la venganza. Caparrós, ante el clima prebélico, quita importancia al pasado. Como si él no hubiera tenido nada que ver en que Francisco, que lo más largo y coherente que ha dicho en su vida habrá sido “me tomo la última y tiro pa Coria”, presentase el partido contra los catalanes como la oportunidad que nos daba el destino de no hacer prisioneros. Es evidente que don Joaquín llevaba dentro de sí lo mejor de la raza: traicionero como un moro, rencoroso como un gitano e hipócrita como buen sevillano.

Resulta curiosa la composición de los tres estratos fundamentales en aquel Sevilla; afición, jugadores y técnicos, y directiva. La primera albergaba lo mejor de cada casa. Éramos, como dijo aquel, las buenas y pobres gentes, los gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, los siempre empapados en sudor. Y no necesitábamos a ningún Céline que nos dijera que iban a convertirnos en carne de cañón. Eso sabíamos que iba de serie. La plantilla era fiel reflejo de la grada. Los restos del naufragio que nunca habían hecho nada en ninguna parte, pero que, comandados por un genio, se convencieron de que juntos no los iba a parar nadie. La directiva, por contra, era un grupo de corderitos. Humildes, callados, educados. Recogiendo lo peor de ese quijotesco e ignominioso concepto de “señorío”, maldito sea su padre. En el partido de la quinta jornada que jugó el Sevilla en Leganés, ante la conjunción planetaria única en toda la historia del universo que permitió que Marcelo Otero anotase un gol en el descuento que nos daba un punto que sabía a gloria, los sevillistas desplazados empezaron a arrancar asientos y a arrojarlos desde la grada del municipal de Butarque. Lo normal; o qué esperaban, ¿que tocaran las palmas, se arreglasen el nudo de la corbata y dieran la mano a los locales al finalizar el encuentro? Cuánto daño hizo Max von Sydow aplaudiendo el gol de chilena de Pelé en “Evasión o Victoria”. Eso no pasa, coño. Alés, que con la pila de años que tenía parece que no se había enterado todavía de que de buenas no se puede ir a ningún sitio, menos si te juegas la vida, se ofrece a pagar los desperfectos. El lunes, el gerente del Leganés, no contento con la bonhomía de nuestro presidente, denuncia los hechos a Antiviolencia y se despacha a gusto con la afición sevillista. Que si no le sorprende, que si somos unos impresentables, que si ya la habíamos liado en Salamanca. Y oigan, no vamos a llamarlo mentiroso, pero, joder, ¿no te iban a pagar los asientos, hijo de puta? Pues cállate la boquita, cojones. Antiviolencia le mete un paquete al Sevilla de 500.000 pelas por los incidentes. Al Sevilla. Ni deficiencias en controles de seguridad por parte del equipo local ni hostias. Alés parece que nunca se enteró de aquello de, cuanto más te agachas, más se te ve el culo.

Ya sabemos que a Caparrós le encantaba calentar las semanas previas a los partidos para tener enchufados a los jugadores. Para el partido de la sexta jornada, contra el Albacete, el técnico de los manchegos, Julián Rubio, le dio el trabajo hecho. Sin venir a cuento, critica el juego sevillista, dice que se venden cosas que son mentira, que es un equipo hecho sólo para ascender y que su Sevilla, el de la 97/98, era mucho mejor equipo y jugaba a otra cosa. Menos mal, llega a ser igual de malo lo echan en pretemporada. Caparrós calla, pero es imposible no imaginárselo en el vestuario enervando a los jugadores ABC en mano, ojos inyectados en sangre y espumarajos de rabia saliéndole de la comisura de los labios. Pero esta vez, comete un error. Saca pecho tras la victoria declarando que Rubio es un perdedor que vive en el pasado. Entonces, por haberse salido del guión (y lo escribo con tilde diga la RAE lo que diga), empieza el peor momento del Sevilla en la temporada, el único bache que hubo en todo el año.

Yo creo que lo castigó Dios, que ve con muy malos ojos la soberbia ajena. Aquí, para soberbio, él, que creó toda la película en seis días, con un par. Los utreranos con rasgos sociopáticos que trabajen y se dejen de tonterías. En Gijón nos meten tres tras quedarnos con nueve. Empatamos en casa contra el Getafe, después de otra semana movidita con cruce de declaraciones entre Juanjo Enríquez, entrenador getafense, y Caparrós, que respondió a las bravuconadas de su homólogo (“el Sevilla conmigo subiría fácil”) con un, en apariencia, inocuo “cada uno somos de nuestra madre y de nuestro padre, cada uno mama lo que mama en casa”, dándose la curiosa circunstancia de que la señora madre de Enríquez había muerto pocos días atrás. Pero qué mala hostia tenía el cabrón. Te queremos, Jokin. Continuó la cuesta abajo en el Ciudad de Valencia, donde también una expulsión, motivada por una impresionante patada de Alfaro a Ettien, nos jode el partido; empatamos de nuevo en casa contra un Recre con diez jugadores toda la segunda parte; y perdemos en Jaén donde sufrimos la cuarta tarjeta roja en cinco partidos.

Durante el mes y pico que duró esta racha sin victorias, en el que redoblé mis esfuerzos por morir antes de junio de sífilis, hepatitis, enfisema o sobredosis de estupefacientes porque intuía que esto se acababa, el Sevilla no jugó una puta mierda. Antes tampoco nos salíamos, pero alguien metía la media ocasión que se creaba por partido y atrás el equipo era una roca. Los rivales, por el simple medio de taparnos las bandas y esperar a que algún jugador sevillista se le cruzaran los cables y acabara expulsado, cortaron el poco juego que generábamos. Caparrós, como el que empieza a apretar botones al tun tun, hace multitud de cambios que poco ayudan. Hasta que al final da con la tecla metiendo a Casquero junto a Taira en el doble pivote, Héctor de interior por el mal momento de Gallardo, aunque más tarde lo retrasaría a su posición de lateral, y cambia a Olsen por Notario. Ya era hora. Un tío que pide ponerse en la camiseta “Olsen de Triana”, que canta ópera y se viste de torero, no es trigo limpio. El guiri simpático e integrado es algo que gusta mucho aquí, pero las monerías me las haces en julio en la cucaña de la Velá. El fútbol es más serio, coño. Resucitamos contra el Compostela en casa, con el primer 4-0 que metíamos antes del descanso desde el año 59 al Athletic. En el momento justo, ya que, la siguiente jornada, tocaba desplazarse a Heliópolis.

Ya hemos comentado ese partido en esta casa honrando como merece el plantillazo de Pablo Alfaro a la rodilla de Capi. No está de más hacerlo ahora desde la óptica caparrosiana. Sevilla y Betis llegaban al derby con trayectorias paralelas. Ellos habían comenzado renqueantes para recuperarse de los malos resultados en las mismas cinco jornadas en las que nosotros casi lo mandamos todo a chuparla. Habían caído en Salamanca el domingo antes del derby, lo que posibilitó que los adelantáramos en la clasificación; 21 puntos por nuestra parte, 19 ellos. Ya saben la verborrea en los medios antes de este tipo de partidos: no hay un favorito claro, nunca te puedes fiar, son partidos parejos. Muy cierto; pues suele ocurrir que si en la primera vuelta gana el equipo que viste de blanco, en la segunda, en cambio, lo hace el que viste de rojo. Muy repartido, como los gordos de Navidad. Caparrós nunca quiso acabar con esta bonita tradición, tan sevillana como la Semana Santa o el dogma de la Pura y Limpia Concepción de María, del que somos pioneros, y, por si había algún despistado que no supiera de qué iba el tema, ya los volvía locos en la semana previa. Nos arde la sangre roja, sólo hay una palabra escrita en la pizarra del vestuario, hay que dedicarle la victoria a mi padre, que debió de ser un señor que no se perdía una; si llegamos al estadio sin ninguna luna del autobús rota esto no es un derby ni es nada. César, hombre bajito pero vasco, por lo que no hay que dudar de su heterosexualidad, dice que nunca había vivido una semana en la que sólo se hablara del rival y en la que el entrenador diera tantas collejas por no meter la pierna. El encuentro, una vez visto de nuevo, que en PEX nos documentamos más en serio que en Wikileaks, fue infame. Aparte de Alfaro, hay que reconocerle su buen partido a un señor que casi nunca hizo nada pero que tuvieron que surtirle efecto las invectivas de don Joaquín durante la semana para que sacara lo mejor de él y corriera un poquito para variar, como Marcelo Otero, que provocó la expulsión de Prats y el penalty del 1-2, además de presionar a Valerio en el fallo del 1-3. Olivera reconoció tras el partido que el cambio operado en la actitud sevillista en la segunda mitad se debió en gran medida a la charla que les dio Caparrós en el vestuario. Miedo me da pensar lo que les diría el angelito. Por parte verdiblanca, como siempre. El árbitro es un cabrón, Alfaro otro, qué mala suerte tenemos siempre y Óscar Arredondo, de las pocas personas con estudios superiores, o eso dice él, asiduas del palco del Benito Villamarín o como se llamara entonces la cosa esa a medio construir de la avenida de la Palmera, llamando borracho e indeseable a Nico Olivera por el asunto del palo. Resumiendo, victoria sevillista, llantos criaturitas y a mamar. Lo de toda la vida de Dios.

Empecé a creer que podíamos salir de la agonía, que la vida podía continuar. Después del derby sólo salía los fines de semana, de jueves a lunes, y me sentía mejor persona; aunque quedara un mundo, veía una luz al final del túnel. Hasta el parón navideño, el paso del Sevilla fue firme. Quitando la derrota de costumbre en Badajoz y la poca vergüenza que le echamos para tirar la Copa, ganamos encuentros importantes como el de Córdoba o al Atlético en casa. El último partido del siglo, pudiendo ponernos líderes por un pinchazo del Tenerife en Salamanca, empatamos en casa contra el Universidad de Las Palmas. Era lógico, debíamos despedir la centuria siendo fieles a una de las señas de identidad del club: caerse en lo más barrido. Tendríamos una nueva ocasión de hacernos con el liderato en la siguiente jornada al visitar el Heliodoro Rodríguez López. Pero eso ya lo haría el Sevilla del nuevo milenio de Joaquín Caparrós Camino.

(Continúa aquí)

15 comentarios

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15 Respuestas a “¡Viva la muerte! (I)

  1. Pepon Nieto

    hasta aquí llega el olor a ducados. Un poco largo, pero es bueno.

  2. ilcapoflorilnº1

    Ni con el ojo clinico de monchito.

  3. Camilo Sexto

    Es que no me jodas, tú cumpliendo uno de tus sueños entrenando a tu equipo y viendo las circunstancias en las que está, y casi todos los compañeros de profesión se ponen a lanzar darditos cada semana, restando además mérito al trabajo que estás haciendo.

    Lo de Julián Rubio lo recuerdo perfectamente. Incluso Julián Rubio respondió luego en el partido de vuelta comparando los presupuestos del Sevilla y el Albacete. También es verdad que Caparrós fue de sobrado cuando después del partido de ida dijo aquello de que si Julián Rubio seguía trabajando así, algún día volvería a ser entrenador del Sevilla, pero que tenía que cambiar de actitud.

    Anda que no molaban esos cruces entranadores-presidentes-jugadores, y no la sosería que tenemos ahora.

  4. Qué bien escribes, cabrón! Casi casi me has hecho dudar de lo más grande (con huevos) que haya pario Noruega

  5. Mira que soy (aún) pro-Michel, pero una arenga del vendecolchas capitalino iba a ser lo mismo que una palmadita en la espalda de Don Joaquín. Por los cojones.

  6. Eric Cantona

    Francisco, que lo más largo y coherente que ha dicho en su vida habrá sido “me tomo la última y tiro pa Coria”. JAJAJAJAJAJAJA es que os voy a comer los huevos!!!. Como diria el «talega» de Cai. «illo esto es bueno joé, esto es mejor que un cuplé de Martinez Ares»!!!

  7. Pepillo "El Gamba"

    Me has hecho llorar de alegría y de sentimiento sevillista. Que son las dos únicas cosas por las que se le permite llorar a un hombre.

    El equipo que montó Caparrós con aquellos desechos de tienta se parecía más a una cohorte formada por mercenarios bárbaros a sueldo de Roma que a un equipo de fútbol.

    Si logró hacer funcionar a Marcelo Otero que se había trajinado dos cosechas de las viñas de albariza jerezana, una del exquisito caldo sanluqueño y varias bodegas del Puerto al completo, ya me dirás si existe algo imposible para el cuatriboleado utrerano.

    Lo que ya resulta más difícil de creer es que insuflara en la mente de Don Francisco López Alfaro la más mínima porción de mala leche caparrosiana.

    Espero con ansia la próxima parte de las «fazañas» de Don Joaquín en la época en que logró armar a un equipo de tuercebotas y los convirtió en un pelotón de lejías enloquecidos.

    Disfruto con tus crónicas más que Donmanué con lombrices del tamaño de anacondas. Con eso te lo digo tó.

    • No, hombre, sr. Pepillo, Francisco López Alfaro, no; Francisco el de Coria, el nota ese recortaíto que jugaba en el centro del campo dando patadas. Este: http://www.bdfutbol.com/i/j/818.jpg

      • Pepillo "El Gamba"

        Ya me extrañaba a mí que el otro Francisco hubiera aprendido algo de Caparrós.

        De toas maneras a ver si te aplicas a la faena, coño. ¿Pa cuando la tercera parte de la entrañable biografía de nuestro próximo entrenador?.

      • Pues, como dice la nota del principio, el artículo en sí es el doble de largo (yo diría que más del doble). Como vimos que sería un suplicio mefistofélico el soportar tal longitud, y es que les hemos cogido cariño después de tanto tiempo, señores, acordamos partirlo en dos mitades. Es decir, la continuación está hecha. Se subirá a principios de esta semana.

  8. Arenas de Getxo

    »Es evidente que don Joaquín llevaba dentro de sí lo mejor de la raza: traicionero como un moro, rencoroso como un gitano e hipócrita como buen sevillano.» Más razón que un santo. Ahora en Mallorca están viviendo una de sus ya conocidas »malas rachas». Creo que no es comparable su situación en Mallorca con las que vivió en Bilbao o Sevilla por una razón muy simple: ni en la capital de Euskadi (jeje) ni en la de Andalucía se vio con semejante basura de grada infecta de culés y madridistas.

    Ala, a jugar a pala

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