Él no se acordará. Yo tenía veintipocos años, y un profesor me encargó mi primera entrevista. Era un simple trabajo universitario, con la idea de darnos soltura y poco más. Pero, pese a que el texto no se publicaría en ningún sitio, el personaje debía ser relativamente famoso. Yo probé con Monchi, y accedió. No tenía por qué, pero me abrió su despacho y se mostró afable. Estuve allí dos veces ya que, siempre tan perspicaz, la primera vez olvidé hacer las fotos. En la segunda visita, él ya había leído la entrevista (ahora que lo pienso, debo de guardar la transcripción de aquella charla por algún lado). Finalmente, cuando le pregunté si le importaba que la compartiera en un foro sevillista, se retrajo y me dijo que sí, que eso lo leía la prensa y no quería que le dieran palos. Ni que decir tiene que en aquella entrevista no se tocó nada ni remotamente comprometedor, pero saco a colación la anécdota porque define el clima en el que se ha desarrollado Monchi. Ojo, que ya venía de ganar nada menos que dos Uefas, esa temporada la finalizaría en tercer lugar (algo logrado dos veces en cuarenta y cinco años), y pese a eso temía que las preguntas de un pamplina en tercero de carrera le pudieran traer más críticas. Tiempo después, cuando Monchi ya era Monchi hasta para un aficionado al fútbol de Róterdam o Palermo, le tocaba escuchar objeciones veraniegas si un fichaje no caía en gracia. A priori y por motivos disparatados, claro está, puesto que el 95% de la prensa sevillana ve el mismo fútbol internacional que una octogenaria.
Las temporadas le fueron construyendo una coraza que, si bien no lo convirtieron en impermeable, sí logró endurecerle. Puede que hasta agriarle. Se percibía en su manera de expresarse. Por más que se llenasen las vitrinas del club, en ocasiones se le veía afectado. Responde a su carácter, imagino. De hecho, eso es lo que más me asombra de Monchi: que una persona tan pasional mantenga la mente fría para supervisar un proceso analítico que concluye con una toma de decisión que arriesga millones de euros. Y hacerlo con éxito, claro. Que perder dinero, con mayor o menor pertinacia, sabemos hacerlo todos.
Aquí no habrá repaso a sus fichajes, ni a los buenos ni a los malos. Ni esas tablas que destacan el tremendo beneficio que dejaron sus traspasos. Para qué. Dice Enrique Ballester en su libro que «el fútbol se idealiza de lejos y se desmorona de cerca. Cuánto menos sepas de lo que se cuece en la trastienda de tu club, más limpia será tu pasión por él«. Y sí, Monchi cambió por completo al Sevilla, pero yo no quiero saber cómo lo hizo. Me basta con lo visible, con el resultado final. No se me ocurriría preguntarle el truco, como si de un simple mago se tratara. Es mucho más que eso. Un hombre-milagro. Y sé de sobra que estamos rodeados de chamanes, y que los milagros ya no existen. Pero es que ha modificado tanto la esencia del Sevilla que, más allá de su fundador, se me ocurren muy pocas personas en su historia con un papel más relevante. Suena grandilocuente, y a una de esas exageraciones que se dicen en las despedidas, pero basta reflexionar un instante para comprender que pocos argumentos contrarios pueden esgrimirse.
El problema, obviamente, es que ahora se va. Si existe un aficionado familiarizado con el concepto de marcha es el sevillista, pero ésta ha costado digerirla por la crudeza de lo que encierra. Se van los entrenadores, los presidentes y, por supuesto, los jugadores. Ni recuerdo cuándo renuncié a la utopía romántica del chaval que debuta y se retira aquí. Pero pasaba el tiempo, y la figura de Monchi resistía. No era lo mismo, pero casi. Hasta que, finalmente, llegó la confirmación. En el fondo ya lo sabíamos, pero nos pasamos la vida intentando olvidarlo: al final todos se van. Incluso nos iremos nosotros. Lo excepcional es que hay tipos que transforman su entorno, y él es uno de ellos. Muchos, a su lado, pusieron su granito de arena. Pero el hilo conductor, el que ha impulsado y permanecido durante la totalidad del proceso de conversión, es él. Lo que viene a partir de ahora será peor o mejor, pero ya no será lo mismo. Este período histórico sólo puede designarse con su nombre: el Sevilla de Monchi.
Para minimizar su marcha, porque es lo único sensato que se puede decir en público y porque imagino que realmente lo piensa, se quita importancia constantemente. Y no está mal que así sea. Lo preocupante es que los problemas ocupan su mente mucho más tiempo que los éxitos, y es una pena. Porque es el culpable de muchísimas alegrías de gente que ni siquiera sabía que eso podía soñarse. Porque cogió al Sevilla en la mierda, en la puta mierda, y lo ha convertido, ya para siempre, en un grande de Europa. Que sí, que no lo hizo solo y todo eso. Pero ojalá se mire de vez en cuando en el espejo de su casa de Roma, y recuerde sonriente lo que ha conseguido. La ilusión creada, los llantos nerviosos, el coraje, el peso desterrado y el respeto eterno. Para tus huevos, Ramón. Y para los nuestros. Nunca, nadie, podrá quitarnos lo bailado.
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Solo estoy en desacuerdo con una cosa. Cuando dices que incluso nosotros nos iremos. Los aficionados solo nos iremos del Sevilla cuando sea con los pies por delante por lo menos en mi caso.